Los ríos profundos

José María Arguedas ha sido el punto de partida para las principales teorizaciones sobre una cuestión capital en las letras de la América Latina: la "transculturación". El autor inserta con intensidad y complejidad elementos de la cultura andina (mentalidad mítico-mágica con sincretismo cristiano, quechuización del español, tradición oral ligada a la música y a la danza) dentro de formas culturales occidentales. El propio título de "Los ríos profundos" (de cauce profundo y caudal generoso son los ríos de la Sierra peruana) connota la profundidad de las sólidas raíces ancestrales de la identidad peruana, cabalmente asumida, en contraposición al carácter sobreimpuesto de una cultura occidental y cosmopolita a espaldas del legado histórico milenario del Perú. Ejemplo de vida plena entre el individuo, la sociedad y el cosmos, provechoso de conocer para la humanidad entera.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2014 Cátedra
462
9788437613215
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Imagen de Azafrán

Se trata del relato de un viaje físico que realiza el protagonista, el adolescente Ernesto, alter ego de José María Arguedas, por la región de la Sierra peruana. En los tres primeros capítulos, su padre le acompaña hasta un colegio de jesuitas donde lo deja para que reciba la educación que también su padre había recibido. El resto del relato se desarrolla en el internado donde Ernesto hará el viaje psicológico hacia la madurez, es decir, descubrirá el bien y el mal en su relación con los compañeros y con el resto de la sociedad que conforma el pueblo de Abancay, donde el internado está ubicado.

El autor describe el paisaje bajo la perspectiva del realismo mágico, según la cual un río es mucho más que un caudal profundo de agua porque transmite los sentimientos de las gentes que lo cruza, porque protege al indio frente al soldado, porque ennoblece al que lo atraviesa a nado, etc. Y un juguete, una peonza al girar, es capaz de enviar un mensaje a su padre, etc. Imágenes, música, ritos, cultura quechua. José María Arguedas hace hablar a sus personajes como lo harían los indios de la sierra, pese a que los demás lectores, los hispanos, tengamos que esforzarnos por comprender el mensaje.

Ernesto, a través del relato, llega a la madurez. Debe elegir y elige, como alter ego del propio Arguedas, quedarse con los indios. No es un quechua, pero decide dedicar su vida a defender la cultura de la Sierra.

En el relato, igualmente, Ernesto apoya con su presencia una rebelión de las chicheras, las mujeres que trabajan en las tabernas, quienes acaudilladas por su jefa, roban la sal y la reparten en las mujeres más pobres, las de los colonos sometidos a los terratenientes.

No puede hacer nada más que acompañarlas, y eso hace.

En el colegio, acompaña también a los débiles, no puede defenderlos porque es pequeño, pero se persona como testigo ante las injusticias.

Después llega la peste a Abancay. El colegio se cierra y el director le envía a casa de un tío, terrateniente, que vive cerca. Pero el elige quedarse con los colonos y renuncia a las comodidades que la vida con su tío, como terrateniente, podría aportarle.

Conviene aquí recordar que Perú alcanza la independencia de España el 15 de julio de 1821 y que Arguedas nace en 1911. El mestizaje en Hispanoamérica tuvo lugar desde los primeros momentos de la ocupación española, en 1532. Y que tres siglos después, los llamados terratenientes eran peruanos de hecho y de derecho. Las reivindicaciones de Argueda a favor del pueblo quechua, habitante de la Sierra, se dirigen a las clases dirigentes peruanas.

Algunos autores han querido ver en esas reivindicaciones un acercamiento de Arguedas a las posiciones marxistas de El capital, publicado en 1867. Dos son los momentos álgidos de esas revueltas. El primero cuando doña Felipa, la chichera, roba la sal de la salina, desarmando a los guardias y la reparte entre las mujeres de los colonos. Una patrulla del ejército se presenta en Abancay y recupera toda la sal repartida y persigue a doña Felipa. Pero no se produce enfrentamiento alguno. La astucia de la mujer resuelve la situación y consigue escapar.

El segundo momento que marca el final de la obra es la reacción de los colonos ante la evolución de la peste. Los colonos vivían repartidos en las diferentes haciendas de la Sierra. El profundo río Pachachaca divide el mundo de los miserables colonos y el mundo de Abancay con su iglesia, su colegio, sus militares, sus mujeres bien vestidas…

Cuando la peste se extiende, se extiende entre los colonos, donde la miseria reina. Entonces los militares se sitúan en el puente para impedir que pasen los colonos. Los colonos acuden en grandísimo número a Abancay. Es una peregrinación silenciosa. ¿Qué reivindican? Solo quieren que el padre, el sacerdote, les diga una Misa para poder morir en paz. Los militares no pueden hacer nada ante el número de colonos que llega. El padre, el sacerdote director del colegio, accede: dice la Misa. Y los colonos regresan a su mundo miserable. Y fueron los cantos de los colonos los que “habían aniquilado a la fiebre, y quizá, desde lo alto del puente la vería pasar, arrastrada por la corriente, a la sombra de los árboles. Iría prendida en una rama de chachacomo o de retama, o flotando sobre los mantos de flores de pisonay que estos ríos profundos cargan siempre.”

Aunque esos dos momentos no se resuelvan como lo haría una revolución marxista, con sangre y muerte de los sublevados, es cierto que marcan la tensión en la novela y llevan al lector a continuar con la lectura para descubrir cómo se resuelve.