Juventud sin Dios

Al igual que hizo Michael Haneke muchos años después en La cinta blanca, Ödön von Horváth narra en Juventud sin Dios los orígenes del nacionalsocialismo. Nos muestra cómo la semilla del mal ya estaba presente en los jóvenes y en su educación. El narrador de Juventud sin Dios es un joven profesor a quien el director del colegio le pide que no corrija a un alumno que afirma que los negros son infrahumanos, y le recuerda, además, que su obligación es «educar para la guerra». Los valores patrióticos se inculcan en una especie de campamento paramilitar en el que se producirá un crimen misterioso. Horváth escribió esta obra en el verano de 1937, exiliado en Henndorf, en las proximidades de Salzburgo, y se publicó ese mismo año. La novela alcanzó rápidamente una gran popularidad, incluso en el extranjero. Fue traducida a diez idiomas en los dos años siguientes. Las referencias a la realidad del nazismo son el elemento central en una obra en la que el autor describe una curiosa mezcla de la Alemania nazi con la Austria prefascista.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2019 Nórdicalibros
224
9788417281380

Traducción de Isabel Hernández

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De Ödön von Horváth decía Stefan Zweig que era el escritor con más talento de su generación. No le faltaban motivos.

Juventud sin Dios se lee de una sentada. Entre los calificativos que cabría dar a su lectura no le son ajenos los de inquietante, sutil, enigmática, extraña, singular… Empezarla supone, inexorablemente, terminarla. No voy, por ello, a adelantar de su argumento más de lo ya apuntado en la reseña editorial. Sólo diré que se trata de uno de esos libros que hay que leer. Un clásico del siglo XX.

Que nadie piense que, por la juventud de sus personajes, nos encontramos ante una novela juvenil. Nada más lejos de la realidad. Es una novela dura. El autor no es, en modo alguno, complaciente con sus personajes. De la boca de algunos salen aseveraciones que desconciertan y sobrecogen. Parece como si los mirara con desprecio. Quizá sólo se salven los miembros de ese pequeño club que tanto nos recuerda a la Weiße Rose, la Rosa Blanca.

Dentro de la ligereza que caracteriza su estilo, su prosa es desgarrada a la par que poética. Combina párrafos algo más largos, con otros de tan sólo una breve frase que funcionan a modo de auténticos latigazos. Aunque no menciona a Aristóteles, en la obra subyace la idea expuesta en La Poética de que relatar lo que ha sucedido no es el trabajo del poeta, sino que éste ha de poner su foco en contar lo que podría haber sucedido, lo posible según la verosimilitud o lo necesario. Contrapone el ansia de conocimiento de la realidad al deseo de hallar la verdad. Fascina también la importancia que da a la mirada, a los ojos. Las más de las veces, sólo con la referencia a la forma de mirar o a sus ojos, ya identifica a los personajes.

Y lo más significativo. A lo largo de su lectura no he podido dejar de pensar en la breve reflexión que escribiera Edith Stein a una de sus amigas con motivo de la muerte de Edmund Husserl, maestro de la santa carmelita y filósofo ateo aunque obsesionado por encontrar la Verdad: “No tengo preocupación alguna por mi querido Maestro. He estado siempre muy lejos de pensar que la misericordia de Dios se redujese a las fronteras de la Iglesia visible. Dios es la Verdad. Quien busca la Verdad busca a Dios, sea de ello consciente o no”. Y ello, me atrevería a añadir, por muy equivocada que sea la idea que se tenga de Dios.