Introducción a la filosofía

La presente "Introducción a la filosofía" constituye un instrumento muy adecuado para la renovación cultural en marcha en los inicios del tercer milenio. Partiendo de la situación de desconcierto y desconfianza en la razón predominante en el pensamiento postmoderno, el autor responde a las preguntas que articulan hoy el vivir humano.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2001 Eunsa
212
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3
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3.9
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Esta obra, de la que acaba de aparecer una segunda edición en castellano (2004) y una primera en italiano (2003), nos ofrece una aproximación a la filosofía desde nuestra propia experiencia personal, un análisis detenido de la actividad filosófica anclada en el ser, pero que muestra sus relaciones con otros saberes y con nuestra "vida vivida". Por eso, al leer sus páginas no nos topamos con un mero manual, con la simple y tantas veces reiterada introducción a una disciplina académica, sino ante una auténtica iniciación a la vida filosófica. Desde esta omnipresente relación entre pensamiento y vida puede afirmarse que todos filosofamos, de forma implícita o espontánea, por cuanto pretendemos dar una respuesta lo más definitiva posible a los interrogantes claves de nuestra existencia y descubrir su sentido. Y es que esta búsqueda se nos presenta como condición ineludible para alcanzar la felicidad. Sin embargo, y pese a que todos la ejerzamos naturalmente, en los albores de este nuevo milenio podemos constatar un ya dilatado debilitamiento de la filosofía, que ha llevado a sustituir los temas propiamente metafísicos por otro tipo de cuestiones fragmentarias que no alcanzan a pronunciarse sobre el fondo de la realidad. El hombre contemporáneo no acepta enfrentarse a la filosofía. Al hilo sobre todo de algunas observaciones de Pascal y Heidegger, Melendo expone grosso modo los motivos principales de este rechazo. Y los recorta sobre el trasfondo común del egocentrismo o preocupación obsesiva por el ego y la consiguiente desatención al ser de la realidad, tan característicos del hombre de hoy. Ante tal diagnóstico de la contemporaneidad, la solución que el profesor Melendo presenta, y sobre la que vuelve constantemente a lo largo del entero escrito, es clara: la necesidad de anclarse en el ser, de atender a lo real. Un «oído atento al ser de las cosas», según la conocida expresión de Heráclito, que nos lleva a descubrir dimensiones más profundas de la verdad y que compromete todo nuestro existir: que nunca nos deja indiferentes, pues supone una llamada a vivir de acuerdo con el ens-verum-bonum-pulchrum, dejando de lado cualquier forma de egotismo. Previo al desarrollo temático de las diferentes cuestiones, el autor incluye ―de manera acertada― un breve panorama histórico. Y es que, aunque la actitud anti-metafísica es una manifestación típica de buena parte de la sociedad actual, no tiene sin embargo su origen en ella. Más bien podríamos decir que el proceso de demolición de la metafísica recorre todo ese sector de la filosofía moderna que impera a grandes rasgos —aunque no de forma exclusiva— en los últimos siglos y que, en cierto modo, encuentra su inicio o su formulación paradigmática en Descartes. Así, lo que de un tiempo a esta parte se conoce como modernidad abandona una consideración total de la realidad que, centrada en Dios, estudiaba también con hondura al hombre como cabeza del resto de la creación y a las realidades materiales, para abocar a una visión dirigida por completo y casi en exclusiva al sujeto humano. A partir de entonces el pensamiento (y, en general, toda la subjetividad) se alza como principio primero no fundamentado, la conciencia ocupa el lugar que corresponde al ser. De este modo, lo que se inicia con Descartes es el repudio de la misma condición de real de todo cuanto existe. Resulta claro que dentro de tales coordenadas la filosofía primera, como saber de lo-que-es y en tanto-que-es, acabará por ser suprimida. Además, tal repudio traerá como resultado unas actitudes anti-antropológicas y anti-éticas, igualmente características de amplios sectores de la modernidad. Con el triunfo de esta razón autónoma, la filosofía, considerada como fruto exclusivo de la pura razón, queda desgajada del resto de la persona, instaurándose la disociación entre filosofía y vida y la consiguiente pérdida de unidad de vida, tan características de nuestros contemporáneos. Si la primera parte del libro nos introduce en las distintas concepciones de la filosofía a lo largo de la historia, la segunda estudia algunos aspectos imprescindibles para entender el sentido y alcance del filosofar: la relación de éste con el conjunto de la persona humana, su conexión con la revelación, o el influjo de la propia vida en el quehacer intelectual del filósofo. Pero la cuestión más inmediata, previa al tratamiento de los rasgos recién mencionados, consiste en caracterizar el saber filosófico, determinando su naturaleza. De ello se ocupa el capítulo II, en el que también encontramos excelentes sugerencias sobre el papel que la admiración y, muy especialmente, el amor tienen en el inicio del filosofar. Precisamente la referencia al amor, con la que concluye el capítulo II, introduce al autor en una cuestión clave, que estudia desde una perspectiva novedosa respecto a otros libros del género: la relación entre filosofía y vida. Y en torno a dicho nexo gira la que, a mi entender, es la tesis fundamental del capítulo III: la necesidad de anclarse en el ser frente al relativismo y el subjetivismo. Si la verdad se identifica con la realidad, con lo que es, y, por tanto, con el bien y la belleza, entonces la actividad filosófica «compromete a la persona en su totalidad, en cuanto abierta a lo verdadero, bueno y bello, indisolublemente considerados» (p. 87). Frente a la actitud racionalista, que consideraba al filósofo como una especie de "mente pura", libre de cualquier influencia externa, Melendo sostiene que «el entendimiento no actúa al margen del resto de la personalidad y de las circunstancias en que se ha ido labrando la biografía de un individuo. Los que se dedican de lleno a la reflexión filosófica no son "inteligencias pensantes", sino personas-que-piensan» (p. 88). La persona íntegra es el sujeto del filosofar y, en este sentido, el papel que desempeña el buen amor en la aprehensión de la realidad se nos presenta decisivo, ya que al margen de él no puede haber teoría cabal y completa. El conocimiento filosófico, como conocimiento superior que es, compone un modo relevante del perfeccionamiento humano, un acto repleto de energía, en el que la vida se manifiesta de una manera excelsa. Por eso, frente a algunas tendencias modernas que tienden a distinguir y enfrentar filosofía y vida, Melendo sostiene que la filosofía es, en realidad, vida al servicio de la vida. «El [auténtico] filosofar consiste, en última instancia, en conocer a fondo la realidad, en vivirla, intencionalmente desde dentro y vibrar con ella» (p. 101)… para regir con tal conocimiento el devenir de nuestra existencia. En el capítulo IV (la filosofía y las ciencias) el autor expone las relaciones recíprocas entre filosofía y ciencias con una idea de fondo muy clara: la superación del cientificismo y la urgente e importante colaboración entre filósofos y científicos como único modo de remediar la actual y peligrosa fragmentación del saber. En la segunda parte del capítulo encontramos un breve análisis de la ciencia contemporánea y de su relevancia en la configuración de la sociedad actual. Desde las primeras líneas, el autor reconoce el decisivo papel, tanto teórico como práctico, que lo científico desempeña en la cultura de hoy. Quizá por eso le merece especial atención el estudio de uno de los principales errores en los que pueden incurrir algunos científicos, movidos por una equivocada valoración de la ciencia: el cientificismo positivista, que presenta como manifestaciones actuales más relevantes la tecnolatría, es decir, el sometimiento de la ciencia a la técnica y el reduccionismo, según el cual no existiría más realidad cierta que la captada gracias a los instrumentos y procedimientos calificados como "científicos". Semejante reduccionismo cientificista impide al hombre descubrir el fin y el significado de su existencia, pues las ciencias particulares no gozan de esta capacidad, y conduce a posturas filosóficas poco razonables e insuficientes, tales como el relativismo, el utilitarismo, el historicismo o el escepticismo. En definitiva, nos encontramos ante uno de los más sugerentes apartados del libro, que aborda los distintos modos de conocer con una visión muy positiva y donde la superación del cientificismo se torna posible gracias a la función integradora de la filosofía. El siguiente capítulo está dedicado al estudio de las relaciones entre fe y razón. Unas relaciones que hemos de admitir pese a ciertos intentos de negarla, ya que, en el decir del autor, «la inteligencia del hombre puede recurrir con provecho a conocimientos que exceden su alcance y vigor naturales, como es el caso, entre otros, de los mitos en el pensamiento griego» (p. 131). El capítulo VI y último aborda la cuestión del método y las grandes áreas de la filosofía. Insiste Melendo en las diferencias entre el conocimiento científico y filosófico. Así, podemos constatar que las ciencias actuales se preocupan a veces más por el método que van a emplear que por la realidad misma que pretenden conocer. Un método, por otro lado, al que se le exige absoluto rigor y que utiliza de ordinario la comprobación experimental y el modelo matemático como criterios de seguridad y certeza. En cambio, al auténtico filósofo le preocupa más conocer la real totalidad de lo que está indagando que conocerla "con precisión". Considero que este capítulo apunta hacia una idea más de fondo, latente en el entero escrito. Me refiero a la importancia que un oído atento al ser de las cosas tiene para situar cada realidad particular en relación con el todo y superar la fragmentación dispersiva de los saberes científicos. En definitiva, estamos ante una obra de indiscutible interés pues desarrolla lo que, a mi juicio, es una idea basilar que debemos tener presente para afrontar con éxito los retos del tercer milenio: la necesidad de acceder a la realidad tal como auténticamente es y construir nuestra biografía de acuerdo con esa verdad. Sólo una mirada diligente -y, por tanto, amorosa y esforzada- al ser de lo real nos permite obtener y mantener firmes convicciones y ejercitar un sano espíritu crítico. Además, este afianzamiento en el ser, no sólo proporciona un desarrollo individual sino también una mejora social, ofreciendo unos fundamentos sólidos (frente al escepticismo gnoseológico y el permisivismo moral imperantes) que faciliten a los ciudadanos afrontar con garantías las innegables transformaciones que la civilización occidental está experimentando al inicio de este nuevo milenio.