En el centro del alma, afirmaba el maestro Eckhart, es donde se producía el anudamiento entre el alma del cristiano y la gracia del redentor y, por tanto, el cambio profundo y radical de perspectiva que hace que nuestra vida sea plena. El fruto de la nada, que diría Eckhart, es recibir el todo de nuestro Dios, pues quien se vacía de si puede albergar al creador, no al estilo panteísta espinociano, sino de colmatación.