Verdaderamente son días de una gran alegría interior, pues llegamos a la alegría de la Pascua y de la pronta vuelta a la normalidad para llevar a quienes nos rodean la alegría de Cristo resucitado y de cómo hemos sido llamados a vivir por Él, con Él y en Él. Son días para recordar cómo Cristo ha vencido a la muerte y al pecado y nos ha abierto las puertas del cielo. Efectivamente, decía san Josemaría en un punto inolvidable de su obra de meditación, Camino: “Si la vida no tuviera por fin dar gloria a Dios, sería despreciable, más aún: aborrecible” (Camino, n. 783).