La comunera de Castilla (M. T. Álvarez)

23 de abril de 1521, Villalar. El ejército del emperador Carlos V derrota a las tropas de los comuneros castellanos dirigidos por Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado. Los tres son ejecutados sin piedad en el cadalso a la mañana siguiente. De esta forma, los imperiales terminan con el sueño revolucionario de Castilla.
María Pacheco, la viuda de Juan de Padilla, una mujer luchadora y rebelde, no se resigna a la derrota de sus ideales y resiste atrincherada en la ciudad de Toledo; pero Carlos V no tendrá piedad con ella. María, condenada a muerte, se verá obligada a vivir un triste exilio en Oporto, donde morirá sin llegar a recibir nunca el perdón real.
María Teresa Álvarez, brillante narradora, pone voz en esta novela a una mujer adelantada a su tiempo que luchó en un mundo de hombres y fue duramente criticada y castigada por ello. A través de la autora, María Pacheco, la última comunera, cobra vida y nos cuenta sus más íntimos deseos, sus anhelos y las motivaciones que le llevaron a combatir en la revuelta de las Comunidades. Un diario que retrata a una de las mujeres más fuertes y apasionadas que ha dado la Historia.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2007 La esfera de los libros
375
2018 La esfera de los libros
376
978-84-9164-302
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Imagen de Azafrán

El movimiento comunero de Castilla fue un intento de controlar el poder de decisión de la monarquía. En 1521, en Castilla –que era la forma de designar a todos los reinos unidos por los Reyes Católicos-, reinaba su nieto Carlos I de España y V de Alemania.

Carlos –hijo de Juana la loca y Felipe de Habsburgo- había nacido en Gante y su lengua materna era el flamenco. Aún niño, a los 15 años (en 1515) heredó la corona de España y fue y traído a Castilla para ocupar el trono tras la muerte repentina de su padre. Durante los 7 años siguientes tuvo que gobernar un vasto imperio que ocupaba gran parte de Europa y América. Sólo tenemos que pensar en las responsabilidades que un joven -entre los 15 y los 22 años- suele asumir para imaginarnos lo que le tocó vivir a este monarca.

Quien haya tenido la fortuna de visitar Brujas, Gante o Bruselas comprenderá fácilmente el esplendor en el que los Países Bajos vivían. La industria textil que tejía toda la lana producida en Europa, el comercio floreciente y una banca poderosa eran sus pilares. Carlos sabía que reinar en los Países Bajos aseguraba su hegemonía en toda Europa. Pero los Países Bajos buscaban sacudirse el dominio del monarca. Querían independizarse conscientes de unos recursos suficientes para convertirse en pequeñas repúblicas o ciudades estado. Carlos tuvo que luchar contra esos delirios de independencia e invertir muchos recursos (impuestos que gravaban la economía de Castilla) en mantener la situación.

Para gobernar el imperio a tan temprana edad necesitó apoyarse en hombres preparados. Pero, como a muchos de nosotros nos sucede, también para él, el lenguaje fue una barrera en la comunicación: más, en cuestiones de estado. Por eso, el joven Carlos se trajo a gente que hablaba su lengua materna, el flamenco. Poco a poco fue aprendiendo el castellano y esto le facilitó la comunicación con los nobles castellanos.

Mientras tanto, los nobles castellanos, que tal vez nunca llegaron a comprender el peso que suponía la posesión de los Países Bajos, se quejaban de incomprensión y desconfianza por parte del joven monarca. El descontento y la decepción ante la imposibilidad de comunicación directa llevaron, a algunos nobles y burgueses poderosos –representantes del comercio de la lana y de la banca-, a buscar el apoyo de Juana, la reina madre recluida en Tordesillas.

Intentaban sacudirse algunos impuestos, intentaban forzar al emperador a admitir que también las ciudades castellanas querían tomar decisiones en los asuntos que las afectaban directamente. Pretendían que el rey nombrase, como hombres de confianza, a algunos castellanos defensores de los intereses de Castilla.

Como no lograron que el emperador Carlos les recibiese, se tomaron la justicia por su mano y convocaron a las ciudades a "La Comunidad". Se reunieron representantes de varias ciudades (La Coruña, Burgos, Toledo, Guadalajara, Álava, Santander, Murcia, Madrid…) Viendo el mapa de las ciudades implicadas en "La Comunidad" se comprende mejor la extensión del concepto "Castilla" a toda la península, salvo Portugal. Tomaron parte en "La Comunidad" representantes de todos los estamentos sociales: nobleza, burguesía, banca, Iglesia, pueblo, judíos, moros y cristianos.

No fue posible porque las leyes no sabían del poder de la democracia. Y los revolucionarios fueron ajusticiados. Sólo tres: Juan Padilla, regidor de Toledo, Juan Bravo, de Segovia y Francisco Maldonado, primo de Pedro Maldonado. En realidad el condenado fue Pedro, aunque el ajusticiado fuera su primo Francisco.

Los intereses eran tan dispares que resultó relativamente fácil, a los hombres del Emperador, conseguir enfrentarlos. Poco a poco fueron abandonando "La Comunidad" los personajes más notorios o cambio del perdón o de alguna prebenda. El último y el más valioso como líder, Juan Padilla –toledano-, resistió hasta el final en el castillo de Torrelobatón (aquel que sirvió de escenario en la película de Charlton Heston titulada El Cid). Sin recursos, los últimos castellanos comuneros intentaron llegar a Toro, y fue en la campa de Villalar donde sucumbieron ante el ejército del Emperador Carlos I.

Una tragedia para el Reino de Castilla, pues perdió allí a los más nobles defensores de sus intereses. Una tragedia a le que sin duda contribuyó la falta de diálogo y el terrible impedimento de la barrera lingüística.

María Teresa Álvarez nos cuenta esta tragedia desde el punto de vista de María Pacheco, hija del segundo conde de Tendilla y primer marqués de Mondéjar. Era también la esposa de Juan Padilla y nunca obtuvo perdón del Emperador porque nunca renunció a las ideas del movimiento comunero. Murió en Oporto, Portugal.