Los hundidos y los salvados

Ensayo dedicado a los supervivientes de los campos de concentración y exterminio alemanes de la Segunda Guerra Mundial. Examina las heridas psicológicas que sufrieron y la responsabilidad del pueblo alemán.

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1989 El Aleph
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“Los hundidos y los salvados” es un ensayo dedicado a los supervivientes de los campos de exterminio de la Segunda Guerra Mundial. Primo Levi permaneció un año en Auschwitz hasta que el campo fue liberado por los soviéticos. El autor señala como muchos de los salvados recurrieron al olvido voluntario en un intento de curar sus heridas interiores. Levi optó por la denuncia. Los carceleros de los campos no sólo habían buscado eliminar a sus prisioneros, sino también doblegar su espíritu. Desde su captura todo iba dirigido a humillarlos: Eran transportados en vagones de ganado; se les clasificaba en delincuentes comunes, políticos y razas inferiores, entre los que los judíos ocupaban el escalón inferior; de estos últimos se seleccionaba a los que eran útiles para el trabajo, eliminando a los demás; el número de preso se tatuaba en su piel; se realizaron experimentos médicos con ellos y sus restos fueron profanados dándoles un uso industrial: pelo, grasa y restos óseos. Primo Levi concluye que las víctimas debían ser degradadas al máximo para hacer más llevadero el trabajo de sus verdugos. Los supervivientes habían visto morir a familiares y compañeros sin poder hacer nada. Seres civilizados, comprobaron cómo en el campo se movían exclusivamente por propio afán de supervivencia, sin que les importase nada más. No habían sido capaces de vivir ni de morir como héroes y se sentían culpables por haber sobrevivido. Este sentimiento de culpa hizo que muchos, a la postre, se suicidaran después de terminada la guerra. El autor rechaza las excusas esgrimidas por el pueblo alemán: unos porque según ellos no habían sabido lo que pasaba; otros porque afirmaban obedecer órdenes; los últimos porque no habían puesto sus manos materialmente sobres las víctimas. El autor pregunta: ¿Dónde pensabais que eran llevados los judíos detenidos y de los que no se volvía a saber nada? A los segundos les dice: ¿Incluía la obediencia la humillación, el ensañamiento y el desprecio de las víctimas? Y a todos: ¿Quién levantó su voz a favor de los judíos? ¿Quién quiso ayudarlos con riesgo de su propia vida? Levi afirma que el pueblo alemán siguió a Hitler mientras le interesó (ver el libro de Joaquim Fest: “Yo no”); que cuando en 1933 fue elegido Canciller del Reich eran de sobra conocidas sus ideas racistas, su odio y afán de revancha. La disciplina propia del pueblo alemán, el miedo al bolchevismo y los intereses económicos hicieron el resto. Levi no solicita venganza; para él los procesos de Nüremberg fueron suficientes para depurar las responsabilidades criminales y reivindicar a las víctimas. Sólo señala el grado de inhumanidad al que se llegó y se pregunta si volverá a alcanzarse otra vez. En España tenemos un caso similar en las víctimas del terrorismo. Durante años han vivido envueltas en un manto de invisibilidad y de silencio mientras que a sus verdugos se les reconocía legitimidad social y política. En ocasiones han sido tachados de radicales y enemigos de la reconciliación. Sus heridas son permanentes y lo seguirán siendo mientras no sientan que se les ha hecho justicia. Cada aproximación de la sociedad a sus verdugos supone para ellos una humillación, una herida más. Alemania –culpable o inocente- tuvo que indemnizar a los supervivientes; sería bueno que Euskadi -culpable o inocente- indemnizara a las víctimas del terrorismo ejercido en su nombre. Sería un paso hacia la justicia, la reconciliación y el olvido.