Acerca de la belleza

 

Hace pocos días, mientras visitaba con unos amigos la magnífica exposición sobre Rogier Van der Weyden en el Museo del Prado, me sorprendió el comentario de una señora a la persona que la acompañaba.

– ¡Con un cuadro así, yo también rezaría!

                La primera reacción fue de cierta perplejidad e incluso de desagrado. Por un lado, pensé que el pintor difícilmente podría haber realizado esas obras, si no hubiera sido una persona creyente y piadosa; y que, si se carece de fe, será más difícil captar toda la riqueza de la exposición. Pero después rectifiqué y llegué a la conclusión de que, a la anónima visitante, no le faltaba razón. Ante el "Descendimiento" o "El tríptico de los siete sacramentos" o "La crucifixión" de El Escorial, recién restaurada, uno no puede permanecer indiferente. Parece difícil, por tanto, acercarse a la Belleza si no hay belleza intermediaria. De eso nos han dejado maravillosos ejemplos nuestros antepasados, que construyeron catedrales, basílicas, iglesias memorables o pintaron o esculpieron bellísimas obras sobre la Santísima Trinidad, Jesucristo, la Virgen, los santos, o sobre escenas del Antiguo y del Nuevo Testamento, entre otras...; o compusieron magníficas piezas musicales de tema religioso, por ceñirme a las expresiones artísticas cristianas, que son las más abundantes en nuestro entorno.

                Visto negativamente, pienso que poco ayudan a la piedad algunas obras religiosas pobretonas, de escasa calidad artística o incluso más bien feístas o cursis. La contemplación de la naturaleza con todo su esplendor ha sido desde los orígenes un primer acercamiento a Dios, pero después el hombre ha ido creciendo en el sentido de la adoración y de la dependencia del Creador, que se ha expresado artísticamente desde los remotos comienzos. Con la Encarnación del Hijo de Dios, se intensifica.

                Por otra parte, el arte religioso tiene también un papel catequético, que el artista no puede soslayar, y era indispensable cuando gran parte de los fieles eran analfabetos. Tenían que ver y escuchar para aprender. Hoy el analfabetismo es de otro tipo, por ignorancia religiosa y cultural. Recuerdo que hace algunos años, al visitar una exposición en la catedral de Valencia sobre la Eucaristía, un grupo de alumnos con un profesor al frente contemplaba una custodia, le preguntaron qué significado y uso tenía el óculo de cristal en el centro de aquella joya litúrgica, pero el maestro no supo responderles.

 

Luis Ramoneda