Dar la cara por nosotros

 

Desde que la noche del domingo 31 de marzo en España, más de cuatro millones de personas en directo, de toda clase y condición, pudimos detenernos a escuchar y contemplar la larga entrevista al papa Francisco en la televisión, no deja de venirme a la cabeza la gigantesca tarea que asumió el Santo Padre: nada menos que echarse sobre sus anchas espaldas todos los problemas de la Iglesia y de la sociedad.

Es más, parecía un gigante de la fe que, frente a todos los lacerantes problemas morales recientemente aireados en la prensa mundial, por los que el santo Padre Francisco ha luchado por erradicar, no temía dar la cara, él solo, por todos los cristianos del mundo entero.

El propio entrevistador se quedó asombrado en varias ocasiones y casi sin habla cuando el papa, con toda naturalidad y simpatía evitó hablar mal de nadie en ningún momento, aunque como cabeza de la Iglesia no podía dejar de señalar la lacerante realidad de la falta de caridad y de justicia en muchos lugares del mundo y sucesos que acecen en el mundo global.

Es claro que no evitó en ningún momento responder a las preguntas con sentido que se le hicieron, pues de las preguntas sin sentido, lo mejor era no contestarlas, y correr un tupido velo, pues era un error plantearla así, en ese momento.

La impresión constante es que es preciso que los creyentes recemos mucho más por el Santo Padre y sus colaboradores, para que pueda gobernar la Iglesia, atajar el mal de los problemas que surjan raíz y reconducir esos mismos asuntos en el futuro.

Es evidente, por los temas tratados, que la Iglesia se compone de hombres normales y corrientes, por lo que resulta pesada la carga que lleva encima y necesita de la oración y el cariño de todos.

Ya en el siglo IV se planteó por parte de algunos la existencia de una Iglesia para minorías selectas, alejadas de las miserias y debilidades habituales de los hombres, a lo que respondió con energía san Agustín: “La Iglesia no es un lugar para almas selectas, sino un hospital donde enseñar las llagas para que nos las curen”.

He escuchado, desde entonces, a algunas personas comentar que el Santo Padre no debería hablar de esos temas, ni detenerse a dictaminar acerca de esos complejos problemas sociales.

La respuesta más simple a esa objeción sería que quienes somos nosotros para decirle al papa lo que tiene que hacer y decir, puesto que es que el papa quien sabe mejor que nosotros lo que conviene hacer.

Asimismo, también, se puede recordar que la Constitución Gaudium et spes del Concilio Vaticano II, ya recordaba a los obispos la importancia de señalar los problemas morales de su tiempo y de los lugares donde vive y trabaja la Iglesia, para que las autoridades busquen las soluciones más justas a esos problemas y de ese modo se restañen las heridas que se cometen, a veces impunemente a la dignidad de la persona humana. No podemos permitir que los hombres se acostumbren a la injusticia o a los atropellos a los más necesitados.

José Carlos Martín de la Hoz