De las culturas contemporáneas

 

Comentando con un amigo libros de interés recién publicados, salió a colación la obra de Nafisi "Leer lolita en Teherán" y la riqueza de contenido que encierra. En esta ocasión  nos detuvimos a considerar la crítica que uno de sus alumnos, partidario de la revolución islámica, hace a la autora con relación a que, al presentar el Gran Gatsby de Scott Fitzgerald en sus clases está propugnando una cultura corrupta frente a lo que ofrece la Revolución islámica.

Evidentemente la contrapartida a la cultura occidental ofrecida por la Revolución islámica no es aceptable: no sólo cercena la libertad sino que transforma a la religión en una ideología totalitaria, despótica, impuesta por la violencia. Pero así mismo no atrae como alternativa una cultura occidental materialista y carente de valores morales, haciendo de la libertad un remedo de lo que realmente es de acuerdo con la dignidad de la persona humana y su vida en sociedad.

Es patente que  no atrae, e incluso repugna, a otras culturas esa idea de libertad viciada de la que hace gala occidente. Occidente está traicionando su genuina raíz, que es cristiana, acabando  por ofrecer un ideal inhumano, un espejismo desfigurado del hombre en su misma razón de ser, con una imagen aberrante, una falta de felicidad que lo aboca a un egoísmo hedonista y estrecho: aborto, divorcio, eutanasia, feminismo desquiciado y mal enfocado, homosexualidad, pornografía, prostitución, corrupción..., cuadro que francamente, para una persona de bien, no configura una alternativa atrayente, más bien desconcertante y degradante, y todo como logros de una sociedad "libre" (?), libertad mal asimilada y aberrante.

Es lógico que otras culturas miren con recelo y rechazo (como ocurre con algunos países que recelan de Europa) un paradigma donde la dignidad de la persona queda destrozada y sin posibilidad de liberación alguna pues el materialismo, el individualismo, elimina toda idea de felicidad verdadera, sin dar razón de las preguntas fundamentales que todo hombre se hace, lo quiera o no, y a las que ha de dar respuesta.

Sin sus raíces cristianas, occidente está abocado al fracaso, un ocaso que comienza a dar señales insinuándose vistosamente, una sociedad que se tambalea sin recursos morales.

Sin embargo, el resurgir de una cultura de inspiración cristiana ofrece al hombre y a la sociedad unos recursos morales, unos medios, una meta, unos valores que dignifican la naturaleza humana abriendo la puerta a soluciones llenas de optimismo y esperanza, de solidaridad, de "vida" en una palabra, para afrontar los retos que el siglo XXI nos depara, como personas y como vida en sociedad. Ofrece, en definitiva, el marco donde la genuina libertad pueda desarrollar soluciones atractivas y verdaderas.

Luis Corazón