Diligente e inteligente

 

Uno de los temas más interesantes que plantea la visión cristiana de la vida y de las relaciones humanas, es la paz y la serenidad, el aplomo con el que deben abordarse los golpes de la vida. Razón de más para mantener un tono alto y sereno en las ocupaciones ordinarias.

Para desentrañar el misterio de la paz interior y la libertad de espíritu, contamos con la magnífica y extensa obra del aragonés y jesuita español Baltasar Gracián (1601-1668), cuyo perenne éxito se refleja y constata en las sucesivas reediciones de sus obras desde el siglo XVII, hasta la que ahora presentamos, ya al inicio del siglo XXI.

En concreto, deseamos referirnos al “Oráculo manual o el arte de la prudencia”, una serie de aforismos que trasmite el fondo teológico y de valores morales de su tiempo. Pistas para ejercitar el arte de la virtud de la prudencia y el don de la contemplación: “Antes prudente que astuto” (n.219). Un camino de santidad: “que es decirlo todo de una vez. Es la virtud cadena de todas las perfecciones, centro de las felicidades” (n.300).

En primer lugar, Gracián nos recuerda a lo largo de sus interesantes y meditadas reflexiones, cómo el hombre, por cristiano, no puede olvidad de la dignidad de la que ha sido dotado: imagen y semejanza de Dios, por eso repetirá: “nunca descomponerse. Gran asunto de la cordura, nunca desbaratarse” (n.52). Y, por supuesto: “La queja siempre trae descrédito” (n.129). Ni tampoco picarse: “Da pie el que se pica a que le repiquen” (n.241).

Además, hemos de señalar enseguida, que el auténtico fin último del hombre, lo que da sentido a todo, es que en su vida y en sus acciones y en sus amores procure dar gloria a Dios: “El mismo Dios no castiga con bastón, sino con sazón” (n. 55). De ahí que debamos acercarnos a los suyos: “con el docto, docto, y con el santo, santo. Gran arte de ganar a todos, porque la semejanza concilia benevolencia” (n.77).

Inmediatamente, recordará Gracián en otro de sus aforismos, que hemos de procurar ser buenos y parecerlo, pues: “Es muy fácil de cobrar la siniestra fama, porque lo malo es muy creíble y cuesta mucho de borrarse. Excuse, pues, el varón cuerdo estos desaires, contrastando con su atención la vulgar insolencia, que es más fácil el prevenir que el remediar” (n.86).

Por otra parte, recuerda que habitualmente habrá alguien que hable mal: “no hay defecto sin afecto, ni se ha de desconfiar porque no agradecen las cosas a algunos, que no faltarán otros que las aprecien” (n.101). Por lo que conviene siempre: “hablar bien del enemigo y obrar mejor” (n.131). Saber “olvidar más es dicha que arte” (n.262).

La templanza es en el siglo XXI la virtud clave, pues se ha hecho necesaria para alcanzar el equilibrio y la armonía interiores: “En la templanza interior consiste la salud de la prudencia” (n.179). así se puede conocer la propia estrella: “Sépala seguir y ayudar; no las trueque, que sería errar el norte a que le llama la vecina bocina” (n.196).

José Carlos Martín de la Hoz

Baltasar Gracián, El arte de la prudencia. Edición de Emilio Blanco, ed. Ariel, Barcelona 2015, 143 pp.