Don Quijote el chiflado y Platero el burro



Un amigo inglés, ya mayorcete, me decía que entre sus lecturas juveniles
obligatorias se encontraban libros de Forrester o de Stevenson, libros de aventuras, que tanto enseñaban
un buen manejo de la lengua como las vicisitudes de la vida aventurera en la
conquista del Imperio Británico. Lo miraba con cierta desolación,
pensando que los españoles de hace treinta años nos
tragábamos el Quijote en primera instancia a fuerza de paciencia, sin
entender nada o casi nada, y luego otros libros que carecían de
interés y de los que escasamente se aprendía. ¡Qué
diferencia con aquel Quijote que leí en tercero de carrera, inteligible,
cercano!



Otro ejemplo. Juan Ramón describe
así el paso de un potro por la calle: "¡Repiqueteo de su trote corto, de la Friseta de arena, entraba, campeador, por los
adoquines de la calle
Nueva
!" (Platero
y yo
, XV). La aliteración en busca de la onomatopeya es tan clara
que casi nos imaginamos el sonido del potro sobre los adoquines. Sin embargo,
para bien o para mal, la persona sin cultivar no captaría nunca la
delicia de esta línea. ¿Sería capaz de entenderla un
niño? ¿Es necesario leerse Platero
entero a una edad temprana?



Desgraciadamente, los
niños españoles se han acercado a la literatura con cierto
reparo. Primero inyectándoles sin anestesia un Quijote del que no
entendían apenas las gracias y del que se han quedado con la escena de
un chiflado tomando la lanza contra un molino; tras este, un Platero del que
sacaban la conclusión de que era un hombre un poco raro que hablaba con
su burro.



En muchas ocasiones me preguntan
si los niños deben leer a los clásicos. Mi respuesta es siempre la misma. Primero que
lean a los clásicos de niños y después que lean a los
clásicos de adultos, si están preparados. Es más
aconsejable que los niños lean y disfruten con Marcelino Pan y Vino, un libro escrito en dos niveles de
comprensión, niño y adulto, antes de que traten de leer Fuente Ovejuna, no se enteren de nada,
se aburran y no lean jamás la literatura del Siglo de Oro.



Para leer a los clásicos
hace falta una preparación previa, una educación estética
diacrónica que nos acerque en el tiempo, de forma que el lector sepa
apreciar los muchos elementos que hacen que una obra escrita hace cuatrocientos
años siga siendo una obra de arte, a pesar de que algunos libros se
disfruten con una especie de intuición sensible abierta siempre a lo
bello.



Tampoco hay muchos adultos que
lean a los clásicos. Tal vez sea este el mayor problema de nuestros
jóvenes. Si el público adulto los leyera más, entonces
serían capaces de transmitir los valores y cánones propios de
nuestro patrimonio cultural sin artificios, de forma natural, como se suelen
transmitir los valores familiares. Por eso, ante la insistente pregunta de si
se deben leer, cabe una segunda respuesta: sí, pero después de
que lo hayan leído los adultos.





Carlos Segade


Profesor del Centro Universitario
Villanueva