Hasta que punto es verdad que la moda nos
arrastra es algo digno de ser estudiado por los sociólogos. Sin duda ya lo
hacen, sobre todo cuando se trata de la moda en el vestir. En el modo de
presentarnos en sociedad, vestido, peinado, gestos y posturas, los cambios son
vertiginosos. De la misma manera que me parece ridículo el modo de peinar de
mis alumnos varones, con los pelos de punta engominados, a ellos les llevaría a
desternillarse de risa si vieran los atuendos que llevaba yo cuando estaba en
la universidad. Esta trepidación en los cambios hace que muchos se enriquezcan
de modo repentino, pero también que otros se arruinen, porque el que acierta se
hace de oro, pero el que no, se hunde.



Que haya unos cambios tan rápidos y radicales en
el vestir lo entendemos y no lo entendemos. Depende de tantos factores
superficiales e inconsistentes que no es nada fácil hacer una previsión
razonable. Que haya modas en los coches o en los tipos de teléfonos móviles que se
utilizan, tiene sentido porque la tecnología nos aturde a una velocidad
vertiginosa. Y, en todo caso, entendemos que en estos y otros temas existen
modas porque el marketing mueve con sus encantos una economía capitalista
arrolladora.



Pero que haya modas en los libros, que se compre
el libro de moda, sólo se entiende desde un grado de simpleza cultural y moral
ciertamente preocupante. Los mismos sistemas utilizados para promover un nuevo
estilo en la ropa femenina se utilizan para que una editorial se haga de oro
con un libro. Son los libros de laboratorio. En la editorial, un equipo de
expertos en marketing confecciona el libro. Ya saben que la calidad literaria
no es óbice. Se tienen en cuenta los ingredientes necesarios para mover el
sentimiento, la sensualidad y la curiosidad morbosa del lector de metro y, a
continuación diseñan una tremenda campaña de venta, en la que presentan desde
el primer día el libro como el más vendido.



La presión ambiental en los medios es tan fuerte
que el memo de turno llega a convencerse de que está leyendo la obra literaria
del siglo. De nada sirve que todos los críticos que opinen sobre el bodrio
digan que es un bodrio –muchos críticos simplemente no dirán nada- ya que el
mimetismo y el "todos lo leen" ha calado tan a fondo que un público muy general
llega a convencerse de la calidad del producto. La gente que va a hacer un
regalo, aquellos que buscan un libro para pasar un rato, los que piensan que
hay que comprar un libro de vez en cuando, ya no se plantean su calidad, su
contenido, ni su género. Compran el libro de moda. Es una forma distinta de
hacer peleles clónicos, multitudes acríticas, más
barata y más eficiente que los sistemas de técnicas biogenéticas.



Hay libros muy buenos –pocos-, libros buenos
–algunos-, libros mediocres –muchísimos- y libros rematadamente malos. El
lector, debe tener un carácter y formar un gusto, y perder el tiempo en buscar
"su" libro, el que le sirve, y le llena y le forma. El lector debe hacer un
criterio preocupándose por leer algo de los clásicos, que por algo lo son. Clásicos
no serán ni el "Código da Vinci" ni "La sombra del viento" ni "La catedral del
mar". Estos son simplemente libros de moda, y de la misma manera que ahora se
reirían de cómo vestíamos hace treinta años los universitarios, si alguien
dentro de treinta años se entera de que esos libros se vendieron a miles no
sabemos si les entrará la risa o las ganas de llorar.




Ángel Cabrero Ugarte


Profesor del Centro Universitario Villanueva




Para leer
más:



Guillaume Erner,
"Víctimas de la moda", Gustavo Gili 2005


http://www.clubdellector.com/fichalibro.php?idlibro=5250



Daniel Penac, "Como
una novela", Anagrama 2003


http://www.clubdellector.com/fichalibro.php?idlibro=1884



Helene
Hanff, "

84 Charing Cross Road

", Anagrama 2002


http://www.clubdellector.com/fichalibro.php?idlibro=1296



Hilario Mendo, "Mis
libros inolvidables (1966-2000)", Rialp 2006


http://www.clubdellector.com/fichalibro.php?idlibro=5135