El reciente y documentado trabajo de Antonio Linage sobre el monacato, pone de relieve la importancia y
la trascendencia de esa benemérita institución que perdura con muchos frutos en
nuestros días.
En cuanto a los
orígenes inmediatos del monaquismo, se han dado muchas interpretaciones. Para
los  historiadores de la espiritualidad,
sus raíces están en
la Sagrada Escritura, en las enseñanzas de los Padres de la Iglesia y,
en último caso, en el impulso del Espíritu Santo, que guía a la Iglesia y mueve
a los cristianos a la búsqueda de la santidad.


Por una parte, convendría resaltar el elemento
dinamizador y de tensión espiritual que supusieron las persecuciones. Las
huidas provocadas por esas persecuciones, hicieron a algunos descubrir en el
desierto su camino para encontrar a Dios. Así interpretó San Jerónimo la
vocación eremítica de San Pablo de Tebas, que se refugió en el desierto en
tiempos de la persecución de Decio (hacia el 250). Además, el recuerdo de las
persecuciones y la doctrina de los Padres sobre el martirio influyeron también en
el deseo de ser mártires incruentos.


Por otra parte, al cesar las persecuciones, por
la paz de Constantino (313), la Iglesia recibió miles de fieles en poco tiempo.
Eso  hizo que, en algunos lugares, se
perdiera fuerza espiritual en la transmisión del mensaje y profundidad en
la
catequesis. Esta
caída de tensión espiritual la resume Orígenes con toda claridad: "en aquél entonces había pocos creyentes,
pero eran creyentes verdaderos, que seguían el camino estrecho que conduce a
la vida. Ahora son muchos, pero como los elegidos son pocos, pocos son los
dignos de elección y de la bienaventuranza".
Por otra parte el siglo III fue un
periodo de crímenes y de corrupción moral, con gran burocracia, tiranía
-decadencia del Imperio- y, frente a ello, el recuerdo de la primitiva
comunidad de Jerusalén  de la que atraía
su fe inquebrantable y su santidad de vida. Con el paso de los años empezó a
hablarse de la necesidad de una vuelta a los orígenes, de la necesidad de una Iglesia
santa. Esta sería otra de las raíces del auge del monaquismo. 


             Ante la abrumadora cifra de miles de
cristianos que siguieron este camino, se han levantado voces acerca de la
veracidad de esas vocaciones, y de si pudieron influir en ellas causas económicas,
huída de responsabilidades y problemas. Es claro que el tiempo y el rigor de
esa vida nueva, lejos de toda comodidad, pondría a prueba prontamente esas
vocaciones y que sólo los que contaron con la gracia de Dios, y correspondieron
a ella perseverarían.           


            Además,
conviene resaltar que los primeros monjes no tenían sensación de ser
especiales, ni mejores que los cristianos que se quedaban en el mundo. Por eso
comenta el Profesor Pablo Maroto: "no
había dos vocaciones diversas, dos caminos de santidad en sentido riguroso, una
para los monjes y otra para los laicos, sino que la perfección es única:
la del Evangelio. Los monjes son los que se
han mantenido fieles al ideal evangélico y para ello habían tenido que rodearlo
de estructuras. No obstante, un grave riesgo amenazaba la espiritualidad
cristiana: considerar a los monjes -y sólo a ellos- constituidos en un estado de perfección
".


 


José
Carlos Martín de la Hoz


 


Linage Conde, Antonio (2007) La vida
cotidiana de los monjes de la Edad Media
, Madrid, Universidad Complutense,


 


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