Elogio de la traducción

 

Hay trabajos valiosos que suelen quedar en un segundo plano y probablemente casi nunca reciban el reconocimiento que merecerían. Una de estas ocupaciones es la de traductor. Cuánto agradecimiento debemos a los que con su labor más bien oscura nos permiten leer libros escritos en idiomas que desconocemos. Es tarea difícil, si se quiere hacer bien, aunque también enriquecedora, porque el traductor aprende y disfruta mucho, por lo menos esta es mi experiencia después de haber traducido del catalán al castellano El rem de trenta-quatre (El remo de 34) de Joaquim Ruyra y La punyalada (La puñalada) de Marià Vayreda (esta inédita). Suele ser un trabajo escasamente remunerado y esto ocasiona que a menudo se editen obras deficientemente traducidas.

            Sin embargo, pienso que algo se ha mejorado. Alegra encontrar editores que tienen el buen hábito de que el nombre del traductor figure en lugar destacado y que se ocupan de que la calidad de la edición vaya unida a la calidad de la traducción. También resulta alentador que se hayan instaurado premios a los mejores trabajos de traslación de una lengua a otra y que sea frecuente que en la crítica de libros se elogie esa tarea. Es amplia, por otra parte, la nómina de grandes escritores que han sido también excelentes traductores. Porque en el fondo traducir es recrear, sobre todo cuando se trata de obras literarias y no digamos cuando se traduce poesía, tarea casi imposible.

El buen traductor ha de conocer perfectamente los dos idiomas y esto requiere mucho estudio, mucha dedicación meticulosa y mucha paciencia para husmear en los diccionarios e incluso para acudir a algún filólogo experto, hasta encontrar la palabra, la frase, el giro adecuados. De hecho uno se va familiarizando con los nombres de algunos traductores que ya van siéndole familiares y que son sinónimo de calidad. A todos ellos vaya mi agradecimiento con este artículo.

Luis Ramoneda