Lituania sufrió a causa
de su nacimiento como condado entre grandes países: Alemania, Polonia y Rusia.
Junto a Estonia y Letonia que son más o menos de su tamaño, ha tenido que
soportar las pretensiones de sus vecinos. Durante la Segunda Guerra Mundial, en
1940, Rusia se la anexiona. Pero los alemanes pelearon junto a los lituanos por
la independencia de estas pequeñas repúblicas. En 1941 consiguen vencer a los
rusos. Los alemanes reciben como agradecimiento la incorporación a sus filas de
jóvenes lituanos.
Sin embargo la
independencia resulta de corto recorrido pues con la victoria militar de las
tropas aliadas sobre el ejército alemán, Lituania pasó a formar parte de la
URSS, hecho acordado en el tratado de Postdam, en
1945.
No obstante los
lituanos lucharon hasta 1956. Una lucha de guerrillas que, junto al
reconocimiento internacional de la anexión como ilegal, supuso un gran apoyo ya
que muchos países Occidentales mantuvieron relaciones diplomáticas con los
representantes del gobierno de Lituania en el exilio. Durante la ocupación
soviética, que duró hasta 1991, los soviéticos intentaron diluir la cultura
lituana, menoscabando la difusión de la lengua y cultura lituanas.
Los intelectuales
fueron perseguidos, asesinados o deportados a Siberia como mano de obra para
diferentes gulags.
style='font-size:12.0pt;line-height:115%;font-family:"Times New Roman","serif"'>Anne
style='font-size:12.0pt;line-height:115%;font-family:"Times New Roman","serif"'>
Applebaum ha reunido información sobre la actividad
de los bolcheviques relacionada con estos campos de trabajo en condiciones
extremas. El libro se titula "El gulag: Lo que ahora sabemos y por qué es
importante". Anne lo resume así:
"Abiertos los
archivos soviéticos, sabemos que existieron por lo menos 476 sistemas de campos
de concentración, cada uno conformado por cientos, incluso, miles de campos
individuales, que en algunos casos se extendían sobre miles de millas cuadradas
de lo que, de otra manera, sería tundra vacía.
También sabemos que la
vasta mayoría de los prisioneros eran campesinos y trabajadores, no los
intelectuales que luego escribían memorias y libros. Sabemos que, con unas
pocas excepciones, los campos no eran construidos específicamente para matar
personas: Stalin prefería usar pelotones de fusilamiento para conducir sus
ejecuciones masivas. No obstante, a menudo los campos eran letales: cerca de un
cuarto de los prisioneros de los Gulag murieron durante los años de la guerra.
La población de los Gulag también era muy fluida. Los prisioneros se iban
porque morían, porque escapaban, porque tenían cortas condenas, porque iban a
ser entregados al Ejército Rojo o porque habían sido promovidos –como con
frecuencia sucedía- de prisionero a guardia. Esas liberaciones invariablemente
eran seguidas por nuevas olas de arrestos.
Como resultado, entre
1929, cuando los campos de prisioneros por primera vez se volvieron un fenómeno
masivo, y 1953, el año de la muerte de Stalin, cerca de 18 millones de personas
pasaron por el sistema. Adicionalmente, unos 6 o 7 millones de personas fueron
deportados a pueblos en el exilio. El número total de personas con alguna
experiencia de encarcelamiento y trabajo forzado en la Unión Soviética
estalinista pudo haber estado cerca de los 25 millones, o cerca del 15 por
ciento de la población.
También sabemos dónde
estaban los campos de concentración –concretamente, en todas partes. Aunque
todos estamos familiarizados con la imagen del prisionero en una tormenta de
nieve, excavando carbón con un pico, existieron campos de concentración en el
centro de Moscú en los que los prisioneros construían bloques de apartamentos o
diseñaban aviones, campos de concentración en Krasnoyarsk
donde los prisioneros dirigían plantas de energía nuclear, campos de pesca en
la costa Pacífica. De Aktyubinsk a Yakutsk, no había
un solo centro de gran población que no tuviera uno o varios campos de
concentración locales y no existió una sola industria que no empleara
prisioneros. Por años, los prisioneros construyeron caminos, ferrocarriles,
plantas de energía y fábricas químicas. Fabricaron armas, muebles, repuestos
para máquinas e, incluso, juguetes para niños.
En la Unión Soviética
de la década de 1940, cuando los campos de concentración alcanzaron su cenit,
habría sido muy difícil en muchos lugares cumplir la rutina diaria sin tropezar
con prisioneros. Ya no es posible argumentar, como algunos historiadores
occidentales hicieron, que los campos eran un fenómeno marginal o que ellos
sólo eran conocidos por una pequeña proporción de la población. Al contrario,
eran centrales al sistema soviético en general.
También entendemos
mejor la cronología de los campos de concentración. Por mucho tiempo hemos
sabido que Lenin construyó los primeros en 1918, durante la Revolución, pero
los archivos ahora nos han ayudado a explicar por qué Stalin decidió
expandirlos en 1929. En ese año, él lanzó el Plan Quinquenal, un intento
extraordinariamente costoso, tanto en vidas humanas como en recursos naturales,
para forzar un incremento del 20 por ciento anual en la producción industrial
soviética y para colectivizar la agricultura. El plan llevó a millones de
arrestos a la vez que los campesinos eran expulsados de sus tierras; eran encarcelados
si se rehusaban a irse. También llevó a una enorme escasez de mano de obra. De
repente, la Unión Soviética se encontró con necesidad de carbón, gas y
minerales, la mayoría de los cuales se encontraban únicamente en el lejano
norte del país. La decisión se tomó: los prisioneros serían utilizados para
extraer los minerales.
Para los agentes
secretos que estaban a cargo de la construcción de los campos de concentración,
todo tenía sentido. Así es cómo Alexi
class=SpellE>Laginov, antiguo comandante suplente de los campos de
class=SpellE>Norilsk, al norte del Círculo Ártico, justificaba el uso de
prisioneros como mano de obra en una entrevista en 1992:
Si hubiéramos enviado
civiles, primero hubiéramos tenido que construir casas para que vivieran en
ellas. Y, ¿cómo gente común y corriente podría vivir aquí? Con prisioneros, es
sencillo. Todo lo que se necesita es una barraca, una estufa con una chimenea y
de alguna manera ellos sobreviven.
Nada de esto quiere
decir que los campos de concentración no intentaban también aterrorizar y
subyugar a la población. De hecho, los regímenes de prisiones y campos, que
eran diseñados hasta el último detalle por Moscú, estaban diseñados
definitivamente para humillar a los prisioneros. Se les quitaban los
cinturones, botones, tirantes y artículos elásticos. Los guardias los veían
como "enemigos" y les prohibían utilizar la palabra
"camarada" incluso entre ellos mismos. Esas medidas contribuyeron a
la deshumanización de los prisioneros"
Los crímenes de Stalin
no inspiran la misma reacción visceral en el público occidental como lo hacen
los crímenes de Hitler. Pudiera deberse a la defensa de las reclamaciones ante
tribunales internacionales que Israel, como nación, ha promovido, apoyado,
sostenido. Una defensa que cuenta con el respaldo de una nación independiente y
con el dinero necesario para reclamar indemnizaciones no sólo por las muertes
de 6 millones de judíos sino también por las horas de trabajo de los judíos en
los campos de concentración. Además del apoyo de imágenes fotográficas de los
campos de concentración, imágenes que todos tenemos en la memoria.
En los gulags rusos
trabajaron unos 18 millones de rusos la cuarta parte se estima
style='mso-spacerun:yes'> fallecida por las terribles condiciones
climatológicas en las que trabajaban y a la escasez de alimentos. ¿Pero quién
va a sostener la reclamación ante los tribunales internaciones? ¿Quién va a
respaldar económicamente esas peticiones contra los bolcheviques? ¿El gobierno
ruso contra sí mismo?
Entre tonos de gris, de
Ruta Sepetys, relata la historia de la familia de un
intelectual lituano, un profesor de universidad. Por su posición en defensa de
su país, es considerado disidente y castigado, junto con todos los suyos, a trabajos
forzados en un gulag en Siberia. A través de las reacciones de los miembros de
esa familia entenderemos la forma de ver la vida y de afrontar tan extremas
situaciones de este puñado de lituanos. También entreveremos lo que significa
defender la propia libertad de pensamiento y de expresión.
Mª Paz Alonso
Ruta Sepetys, "
style='mso-bidi-font-style:normal'>
href="http://www.clubdellector.com/fichalibro.php?idlibro=9278">Entre tonos de
gris", Maeva 2011