Recuerdo que hace unos años, publicaba Forges una de sus más famosas y reproducidas viñetas, en la que, a un individuo gris y habitual, un español medio, se le situaba a su lado, codo con codo, en una parada de autobús, un joven barbudo y “fumeante”, y entre las típicas brumas se podía leer el pensamiento del ciudadano, quien entre exclamaciones decía con contundencia: “Cuidado Pepe un estudiante”.

Me venía a la memoria el chiste de Forges recientemente fallecido, para recuerdo eterno de unos y descanso de otros, sobre todo de los fustigados por el realismo forgiano, cuando he leído en la portada del país la próxima aparición en castellano del último libro del intelectual francés Michel Onfray, sobre la “decadencia”.

La decadencia es cuestión antigua, pues ya se refería a ella largamente, entre otros, san Cipriano en el siglo III, justo al comienzo de su famoso tratado sobre los lapsi o caídos en la última persecución contra los cristianos, la del emperador Decio en el 250. Precisamente, en esa ocasión, juntamente a los muchos mártires cristianos que fueron fieles y prefirieron dar la vida por Jesucristo antes que traicionarle dando culto al emperador, hubo también muchos que renegaron de su fe y claudicaron echando rápidamente unos granos de incienso a una estatua del emperador, por lo cual recibieron el libelo correspondiente.

En el discurso de Cipriano, pronunciado poco tiempo después cuando había cesado la persecución, comenzaba dando gracias a Dios por la santidad de los mártires y, a continuación, examinaba las causas por las que se ha podido producir tamaña defección entre tantos aparentes cristianos devotos. La causa principal la encuentra el santo obispo de Cartago, precisamente, en la decadencia en el modo de vivir la fe muchas familias y, por tanto, en el abandono de la oración, de los sacrificios, del ejercicio de la caridad con los más desfavorecidos, en el poner el corazón en los bienes materiales; comida, vestimenta, bebida y diversión.

Es decir, la decadencia estribaba en la falta de vibración y de renovación espiritual, pues los verdaderos bienes de la verdadera felicidad requieren ser rejuvenecidos para que constituyan el cristianismo como un camino de felicidad y de vida, de entereza en vivir la fe.

Precisamente, en el comentario al último libro de Onfray sobre la decadencia (“Décadence, Vie et mort du judéo-christianisme”, Flammrion) escrito por Iñaki Urdanibia, comienza por llamar a este prolífico filósofo normando “derribos-Onfray”, aludiendo a la fama largamente consolidada de tareas de destrucción masiva, de todo lo que se salga de la inmanencia o se salga de sus parámetros. Efectivamente la visión de Onfray es completamente de derribo, pues nada menos que señala al cristianismo en decadencia y le preconiza precisamente tres telediarios.

Ante semejantes profecías agoreras hemos de mirar, como hizo Cipriano, a los mártires del cristianismo del siglo XXI, los que ahora están dando la vida por Jesucristo en Oriente; en Pakistán, en Irán, en Siria o en Europa en la persecución solapada a la que tantos cristianos están siendo sometidos. Esa fidelidad no será infructuosa y su buen ejemplo nos alcanzará del cielo la gracia de vivir la fe con entereza, de despertar y avivar el amor a Jesucristo, como nos recuerda el papa Francisco en la Exhortación Evangelium gaudium.

José Carlos Martín de la Hoz

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