Resuelto el significado del lema central de la
predicación de Jesús, el Reino de los Cielos, Benedicto XVI se adentra en el
comentario del Sermón de la Montaña, que es el paradigma y resumen de toda la
predicación del Mesías, tal y como se recoge en
los sinópticos.
Jesús sube a la montaña. Es una precisión más
bien simbólica, dado que, como orografía, el lugar donde el Señor predicó no es
más que lo que podríamos llamar un cerro o una colina. Pero los evangelistas
piensan en el Sinaí. Jesús es el nuevo Moisés, el Mesías esperado que tiene que
darnos su ley.
Jesús se sienta, descripción significativa de
autoridad. En la montaña, se sienta y enseña. Esta nueva Torá,
esta nueva ley -sin olvidar que para los oyentes la ley de Moisés era todo el
sentido de su religión- se va a componer de tres partes significativas: las
Bienaventuranzas, la nueva versión de algunos preceptos, y la oración, el Padre
Nuestro.
Es necesario advertir que las Bienaventuranzas
no son una antítesis de los Diez Mandamientos -que Jesús siempre ratificó en su
predicación- pero sí una versión positiva, un planteamiento nuevo de los
mandatos expresados en el Sinaí. Son promesas porque advierte el Señor que se
les dará un premio a los pobres, los mansos, los pacíficos. Son paradojas,
porque Jesús nos advierte que seremos felices si somos pobres, mansos, afligidos.
Son promesas escatológicas, porque el oyente es consciente de que el premio
último y definitivo es el que merece de verdad la pena.
En definitiva, la gran novedad de las
Bienaventuranzas es la "Escuela de la Cruz": la alegría en la tribulación, que
repetirá constantemente Jesús durante su vida pública. "El que no carga
con su cruz y me sigue no es digno de mí". Al mismo tiempo nos hace
comprender Benedicto XVI que aquello que es promesa en Jesús, es experiencia
vivida en San Pablo, que narra los múltiples padecimientos que conlleva la
predicación del Reino, y sin embargo la inmensa felicidad que le embarga.
San Juan en su Evangelio lo expresará en una
síntesis perfecta, en una palabra: elevación. La elevación de Jesús es muerte y
resurrección. Y se vislumbra por lo tanto lo que tiene que ser la vida de los
discípulos, porque en verdad encontramos aquí, nos dice el Papa, una biografía
interior de Jesucristo.
Durante siglos los escritores han interpretado o
desarrollado el contenido de las Bienaventuranzas. Ratzinger en esta ocasión
también recuerda algunas verdades fundamentales: bienaventurados los pobres,
los que aceptan con sencillez lo que Dios da, no es un presupuesto puramente
espiritual, pero tampoco es un discurso social. Bienaventurados los mansos,
partiendo de un ejemplo, Moisés que es un hombre manso, para llegar a otro
ejemplo, Jesús que se presenta en una borrica ante sus discípulos. Bienaventurados
los pacíficos, y recuerda el autor que cuando se prescinde de Dios se da pie a
todas las guerras. Bienaventurados los afligidos, empezando por María al pie de
la Cruz, y que es llamada de atención para ser inconformistas con lo que todos
hacen.
Jesús es el Mesías prometido, el Hijo de Dios, y
por lo tanto puede puntualizar la Ley. No viene a derogar la ley pero sí a
darle su último significado, de manera que se presenta ante los discípulos y
las gentes que le siguen y dice: "habéis oído que se dijo... pues yo os
digo". Y los oyentes se sienten inmersos en un mensaje nuevo y que les
llena, porque habla como quien tiene autoridad, hasta el punto de hacerse
"Señor del sábado", que es uno de los motivos por los que los
fariseos quieren perderlo.
Del "ser santos como vuestro padre es
santo" se pasa a: "si quieres a ser perfecto... sígueme". La
santidad ahora, desde que Jesús vino al mundo, consiste en seguirle.
Ángel Cabrero Ugarte
Centro Universitario Villanueva
Para leer
más:
Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, La esfera de los libros 2007
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Juan Chapa, 50 preguntas sobre Jesús,
class=SpellE>Rialp 2006
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Romano Guardini,
style='mso-bidi-font-style:normal'>El Señor, Cristiandad 2005
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