La construcción de la historia

 

Una de las muchas lecciones que aporta la historia de la Iglesia a la vida corriente del cristiano, es la constatación de que Dios está junto a nosotros de continuo; pues su presencia es real, constante, personal y perenne.

Con esa seguridad podemos levantar, cada día, los ojos a lo alto para solicitar la ayuda del cielo y volver la mirada a nuestro interior, para que acudir al Espíritu Santo y pedirle que dirija la obra de nuestra santificación y la movilización de nuestra voluntad hacia el bien.

La lectura serena y reposada de un manual de Historia de la Iglesia, puede ser una gran aventura, pues a veces los hechos superan la ficción, y, en cualquier caso, los hechos históricos son la mejor comprobación de las miserias humanas, pero también de la acción de Dios, que de grandes males saca grandes bienes y que no deja de orientar y dirigir respetando nuestra libertad personal y la colectiva que da vida de las sociedades.

Así pues, en la historia el protagonista principal es Dios, pero también lo es el hombre, cada hombre, tanto en su ámbito, como en su familia, su país, y en su ambiente cultural y social, en su profesión u oficio y, por supuesto, entre sus amigos y compañeros de trabajo y de descanso: “El elemento divino forma el alma de la Iglesia, es inmutable, y, por tanto, no tiene propiamente historia. El elemento humano, por el contrario, está sujeto a mudanzas que pueden ser materia de la historia” (2).

Enseguida, al hacer historia, hemos de dirigirnos a conocer primero los hechos, lo más documentados posibles, pero también recabar información de las circunstancias, de los valores que manejaban en su tiempo, la fe y su manifestación externa, la cultura, la aparición de la vida cristiana reflejada en la literatura, todo ello para poder entrar, aunque sea parcialmente, en las coordenadas del mundo que deseamos historiar. Con ese bagaje, podremos buscar la verdad y la auténtica interpretación de los hechos: “Cuanto el historiador católico está más seguro de la divinidad de la iglesia, tanto estará más libre de la tentación de disimular las culpas de los hombres que en ella han intervenido, pues sabe que, sobre esas miserias humanas, ha de resplandecer con brillo el elemento divino” (11).

Es interesante, como en los últimos años se ha producido un gran esfuerzo en la construcción de grandes archivos donde poder guardar masas de papel, de cintas de video, de horas de televisión, de cine y fotografía. La cultura imperante ha regresado a la conservación y estudio de las fuentes y, sobre todo, a la digitalización de fuentes, de modo que los estudios históricos recientes, podrán abordarse con mayor objetividad.

Finalmente, parece de interés en tiempos donde se habla tanto de la posverdad, la aparición de una verdadera pasión de los historiadores, por la búsqueda y conservación de documentos, incluso de los archivos personales. En esa línea la Universidad de Navarra posee en estos momentos la mayor cantidad de archivos personales de los protagonistas de la Transición política en España, que lógicamente, una vez organizados pasaran a estudio de los investigadores.

José Carlos Martín de la Hoz

J. Marx, Compendio de Historia de la Iglesia, ed. Librería religiosa, Barcelona 1924, 846 pp.