La historia oculta

 

Hace ya algunos años, el portero del inmueble en el que vive un amigo mío, sufrió un ictus cerebral que lo dejó hemipléjico. Era una persona amable, bastante joven aún, trabajadora, sonriente. Los vecinos decidieron que él y su esposa siguieran viviendo allí y que ella se ocupara de atender la portería. He sido testigo desde entonces del trabajo de esta mujer, siempre atenta, siempre en su sitio, siempre con una sonrisa y sin dejar, además, de atender a su marido que, gracias a los médicos y al cariño y a los cuidados de su esposa, se ha recuperado un poco y va saliendo adelante a pesar de las secuelas de la enfermedad.

            Sé que habrá muchos ejemplos parecidos en todas partes, si traigo a colación éste es porque pienso que personas así son las que sacan este mundo adelante. Aunque sus nombres nunca salgan probablemente en los medios de comunicación ni en los libros de historia, son héroes anónimos de lo cotidiano. Son hombres y mujeres leales, fieles, sacrificados, que actúan con naturalidad, sin quejarse ni darse importancia, movidos por el cumplimiento del deber, por la fidelidad a la palabra dada, por entender lo que significa darse a los demás, servir al bien común, querer, en definitiva. Ante estos ejemplos, el afán de poder, el afán de lucro, el individualismo egoísta, la obsesión por el cuidado de la imagen me parecen tristes, risibles, caricaturescos, ridículos, empobrecedores.

            Pienso que conductas así son los mejores modelos para la invitación a revisar y cambiar nuestros modos de vida que propone el papa Francisco en la encíclica Laudato si', para lograr una mayor armonía y solidaridad con la naturaleza, con la dignidad de cada persona y con las generaciones que nos sucederán.

Luis Ramoneda