Napoleón y España



            Estos días se cumplen doscientos años desde el alzamiento
del 2 de mayo de 1808. Un movimiento popular hondamente sentido en
la península Ibérica que, junto al fracaso de la campaña de Rusia, marcó el declive del
Emperador Napoleón.


            Como se ha puesto de manifiesto en las Exposiciones que
se están celebrando y en la ingente historiografía que se ha producido y
editado en estos meses, parte del fracaso de las invencibles tropas francesas
en España se debió a infravalorar el patriotismo y los valores de los españoles
a la hora de defender su tierra. Lo que no había sucedido en otras vastas
regiones de Europa, se produjo aquí: sin ejército, sin medios, sólo con coraje,
alcanzaron un imposible.


            Otro factor clave para entender el fracaso francés, es la
falsedad de los conocimientos de Napoleón acerca del pensamiento religioso
español. Un dato que es clave para entender el siglo XIX y aún nuestros días.
Pues las ideas liberales que se intentaron implantar a la fuerza, primero con
Napoleón, después con las Cortes de Cádiz y, finalmente, a golpe de
revoluciones y Constituciones en el siglo XIX, se estrellaron con las hondas
raíces cristianas de España.


            Conviene detenerse en la falsedad de las informaciones
que manejaba Napoleón: una era la de la división del clero español entre
jansenistas y ultramontanos. Sencillamente se trata de una transposición del
modelo francés, como se vio en la reacción del clero a lo largo de
la contienda.
El
clero español
tendría poco nivel teológico, o una piedad superficial, pero era fiel al Papa y
estaba unido a sus obispos.


            Podría desearse, por parte de algunos clérigos, la
abolición de la Inquisición, pero no estaban dispuestos, ni ellos, ni el pueblo
a que se tergiversara la fe cristiana. Por eso, cuando fue abolida esa
institución, primero por Napoleón y luego por Las Cortes de Cádiz, en 1813, un
mes después, se crearon los tribunales protectores de la fe, bajo la potestad
de los obispos. Por tanto, la supresión no existió, sólo se reformó su nombre y
parte del procedimiento


            Finalmente, podría haber disputas entre el clero secular
y el clero regular, podría haber exceso de religiosos, pero había amor al
sacerdocio y fe en los Sacramentos que impartían. Por eso ni se aceptó ni se
entendió el Decreto de Napoleón de 1809 en el que se suprimían todas las
órdenes Regulares, Monacales, Mendicantes y clericales existentes en los
dominios de España. Esas medidas habían sido tomadas en Francia, pero la
situación en España no era la misma, e hirieron en lo profundo al hondo sentir
católico del pueblo.
Suprimir uno de los capitales
espirituales más fuertes de la Iglesia, como son los religiosos, fue un síntoma
de la falta de fe en la misión espiritual de
la Iglesia. El argumento de su inutilidad, a los ojos de la mayoría de los
españoles de la época, no fue inteligible.


 


                       


José Carlos Martín de la Hoz


 


Para leer más:


 


García Cárcel, R. (2008) Los mitos de la
guerra de la independencia
, Madrid, De Bolsillo


Jover, J.M. (2001) España:
sociedad, política y civilización
(siglos XIX-XX), Madrid, Areté


Pérez Galdos, B. (2005) Episodios Nacionales.
Primera serie
, Barcelona, Destino