Niños melómanos

 

Los tres chavales se movían y jugueteaban en torno a la pequeña cola que se había formado ante el portón de acceso al salón de actos del Museo del Romanticismo, en la fachada opuesta a la entrada principal de la calle madrileña de San Mateo. El reciente cambio de nombre –antes se llamaba Museo Romántico– me parece un acierto, por la mayor precisión terminológica. Eran casi las siete de la tarde y soplaba una brisa serrana bastante fría, muy propia de finales de febrero. La madre, bastante joven, delgada, seguía atenta los movimientos de sus hijos y procuraba calmarlos, cuando le parecía que podían molestar a alguien. Se abrieron las puertas y en pocos minutos el salón, no muy grande, se llenó. La mayor parte del resto de ocupantes de la estancia parecía gente del barrio, más bien mayor, aunque había unos pocos con pinta de estudiantes de bachillerato o de primeros cursos de universidad o quizá del conservatorio… 

El cuarteto integrado por Mercedes Rodríguez Pérez, Alejandro Hernández Ángel (violines), Pablo Sánchez Sánchez (viola) y María Teresa Gutiérrez Montero (violonchelo) interpretó con acierto el Cuarteto Op. 3, n. 3 en sol m de Franz Joseph Haydn y el Cuarteto Op. 96, "Americano" de Anton Dvorak, precedido del Preludio de la Suite 2 BWV 1008 para cello solo de Juan Sebastián Bach. Se estaba muy a gusto en el pequeño salón, que tiene buena acústica y está presidido por un buen retrato de la reina Isabel II.

La madre y los tres niños se sentaron delante de mí, por lo que pude observarlos con atención mientras seguía los compases de la música y de sus intérpretes. Los tres chavales se comportaron muy correctamente, uno se acercó a su madre y, de vez en cuando, le decía o preguntaba algo o se sentaba en su regazo, pero procurando no hacer ruido; el que parecía ser el mayor se cambió de silla en los breves minutos de descanso que hubo al finalizar la interpretación del primer cuarteto. El más pequeño, sin embargo, que se había sentado en la primera fila, estuvo todo el tiempo muy concentrado, sin moverse, sin volver la cabeza, atento a cada detalle de la interpretación.

En cuanto terminó el concierto, tuve que salir sin demorarme, porque me esperaban en otro sitio y no pude felicitar a la madre y a sus hijos como hubiera deseado. Si queremos recuperar las humanidades, los hábitos de lectura, la afición de la gente joven a la música, a la pintura, al teatro…, lo cual me parece urgente, hagamos como esa buena madre, fomentemos en los hijos o en los nietos, desde muy pequeños, el acercamiento a actividades culturales, sin imposiciones, pero con un poco de imaginación y constancia, de un modo atractivo, porque no me cabe duda de que su capacidad para el asombro, para captar lo bello, lo bueno y lo verdadero es grande, solo hay que procurar encauzarla adecuadamente. Estoy seguro de que lo agradecerán el resto de su vida.

Luis Ramoneda