Novela histórica



            Javier
Sierra, se ha convertido en un fenómeno editorial de la novela
histórica, de modo que, la última de ellas, las puertas templarias, viene introducida
por el epígrafe "el autor de la Cena secreta". A partir del
tirón de ese trabajo que le hizo ser un autor de best seller millonario, por lo menos, en ejemplares. El asunto
llega hasta el extremo que la editorial ha empezado un sello nuevo: en la
contraportada  lo resalta como otro
volumen de la colección "Nueva Biblioteca Javier Sierra".


            En
realidad esta novela histórica está más o menos esbozada.
Los protagonistas están apenas dibujados, los capítulos son
breves, para leer en trayectos de metro, con frecuentes cambios de
época, y con cambios de ritmo. Como novela thriller
tiene poca fuerza, parece como si el autor hubiera soltado demasiado pronto su
trabajo.


            Más
grave es la presentación de San Bernardo de Claraval,
que no resiste a la mínima crítica, pues está
completamente desfigurado, no se parece, ni de lejos, al último de las
Padres de la Iglesia, de quien se han escrito muchas biografías y de
quien se pueden leer sus obras completas magníficamente editadas por la
Biblioteca de Autores cristianos.


            La
cuestión de fondo que plantea el autor es que el cristianismo es un
montaje, una síntesis de religiones ancestrales, eso sí una
religión sincrética, que no se sabe por qué ha triunfado.
En ese sentido es un fraude histórico pues aunque los cristianos
estuvieran equivocados, lo que no se puede negar históricamente es que
su fe en Jesucristo no era una evolución de religiones anteriores, ni un
producto de un invento logrado. Como recuerda Hilaire
Belloc: "Los Evangelios, Los Hechos de los
Apóstoles, las Epístolas canónicas y las de Clemente e
Ignacio podrán referir historia verdadera o falsa; sus autores pueden
haber escrito bajo la influencia de la ilusión o
engañándose a sí mismos conscientemente, o puede que hayan
sido veraces en grado sumo, e inmutablemente sinceros. Pero son
contemporáneos" (p.66).


            Esta
es la cuestión: está sólidamente fundado que los primeros
cristianos, creían haber recibido una revelación de Dios a los
hombres a través de Jesucristo. Una novedad radical que daba luz al
Antiguo Testamento y que se contenía tanto en el Nuevo como en la Tradición
oral de los apóstoles, ambas entregadas a la Iglesia para su custodia.
Así lo afirmaba San Ireneo de Lyón en el siglo II: "Ciertamente
son diversas las lenguas, según las diversas regiones, pero la fuerza de
la tradición es una y la
misma. Las iglesias de la Germanía no creen de diversa
manera, ni trasmiten otra doctrina diferente de la que predican las de Iberia o
las de los celtas, o las del Oriente, como las de Egipto o Libia, así
como tampoco de las iglesias constituidas en el centro del mundo"(Adversus Hareses 1.10, 1-2).


            José
Carlos Martín de la Hoz


 


Para leer más:


 


Sierra, J. (2008) Las puertas templarias, Barcelona, DeBolsillo


Belloc, H. (2008) Europa
y la fe
, Madrid, Ciudadela