Prudencia y confianza

 

Uno de los temas más interesantes que plantea la visión cristiana de la vida y de las relaciones humanas, es la estrecha relación que existe entre dos virtudes cristianas o conceptos claves: la prudencia y la confianza. Verdaderamente ambas son axiales y, además, poseen la cualidad de tener rango a la vez de virtud teologal y de pertenecer a las virtudes humanos al mismo tiempo.

Para hablar de las intimas relaciones y de los estrechos márgenes que existen entre esas virtudes de la prudencia y la confianza, contamos con la magnífica y extensa obra del aragonés y jesuita español Baltasar Gracián (1601-1668), cuyo perenne éxito se refleja y constata en las sucesivas reediciones de sus obras desde el siglo XVII, hasta la que ahora presentamos, ya al inicio del siglo XXI. En concreto, deseamos referirnos al “Oráculo manual o el arte de la prudencia”, una aparente y sencilla composición de una serie de aforismos, trescientos, recogidos por un jesuita aragonés en el siglo XVII, que trasmite el fondo teológico y de valores morales de su tiempo. Digo aparente, pues encierra todo un completo arsenal para conocer la dignidad de la persona humana, como hijo de Dios e invitado tanto a la santidad como “nunca perderse el respeto a sí mismo” (n.50).

Evidentemente, para poder extraer de esta riquísima obra el resultado deseado, debemos comenzar por recordar que la prudencia se define, en términos clásicos, como la “recta ratio agibilium”. Es decir, La recta razón en el obrar. Por eso los escolásticos la han denominado “auriga virtutum”, pues es el arte de en cada momento dirigir en cada momento el ejercicio de las virtudes hacia el fin último, aquel que conduce hacia la felicidad. Un camino de bien, belleza y verdad. Confianza, a su vez, proviene de “cum fiducia” y significa que podemos vivir confiados en Dios, en la Iglesia, en nuestra familia, en nuestros amigos y en la mayoría de las personas, puesto que en la vida todo se basa en la confianza. Dios respeta nuestra libertad con la confianza en que, si obramos mal, recapacitaremos y podremos volver a empezar sin perder su fe en nosotros. De hecho, se suele afirmar que solo las madres son capaces verdaderamente de perdonar y olvidar y por tanto confiar y eso es porque saben esperar: Omnia in bonum decía san Pablo, “lleva una ventaja lo sabio, que es eterno; y si este no es su siglo, muchos otros lo serán” (n.20), dirá Gracián.

La primera confianza es en la propia vocación: “No hay mayor señorío que el de sí mismo, de sus afectos, que llegan a ser triunfo del albedrio” (n.8). En cualquier caso: “No consiste la perfección en la cantidad, sino en la calidad. Todo lo muy bueno fue siempre poco y raro, es descrédito lo mucho” (n.27). Por eso: “acierto es llegarse a los sabios y prudentes que tarde o temprano topan con la ventura” (n.31). Pero: “aun de los amigos no se ha de abusar, ni quiera más de ellos de lo que le concedieren” (n.33). Es importante la prudencia; pensar las cosas antes de hacerlas y de decirlas: “la reflexión en el proceder es gran ventaja en el obrar” (n.45).

José Carlos Martín de la Hoz

Baltasar Gracián, El arte de la prudencia. Edición de Emilio Blanco, ed. Ariel, Barcelona 2015, 143 pp.