¿Qué podemos aprender de la reforma luterana?

 

Al celebrar los 500 años de las famosas 95 tesis de Wittemberg con las que el escriturista agustino Martín Lutero (1483-1545) puso en marcha el movimiento de la llamada Reforma  o reformas protestantes, son muchas las publicaciones y congresos que se está celebrando en el mundo entero. Ante la avalancha de ideas y de apreciaciones que se están produciendo surge una pregunta clave: qué podemos aprender de esta celebración. Cual o cuales pueden ser las lecciones de la historia, como maestra de vida.

La primera es lo que nos dicho el papa Francisco desde Upsala en noviembre pasado, cuando viajó allí. Desde aquel estadio de fútbol lleno de jóvenes de todas las clases edades y confesiones, nos decía que debemos trabajar juntos por la paz y la caridad en el mundo entero y que son muchas las cosas que nos unen con las confesiones luteranas y, por tanto, que el camino del ecumenismo debe de comenzar por recuperar y extender  la confianza mutua.

Inmediatamente hemos de ver este tiempo como una llamada a la conversión personal y a la autenticidad. Es decir en la medida en que vivamos con mayor fidelidad y coherencia entre fe y vida nuestro cristianismo, estaremos trabajando por la unidad y extensión de la Iglesia, pues hacen falta ejemplos de vida. Como decía san Juan de Ávila en el siglo XVI, era real la culpa de los cristianos de la corrupción de costumbres que denigraba la Iglesia Católica en tiempos del renacimiento. Es bien conocido que la corte romana de los papas se caracterizaba por ser modelo de refinamiento y de arte, de modo que era la más aparente y ostentosa de toda Europa, pero era un pálido reflejo del verdadero rostro de Cristo.

Lutero comenzó por defender la reforma de la Iglesia para terminar por reformar la fe y romper la unidad de la Iglesia en mil pedazos; una atomización según el real creer y entender de cada uno de los reformistas que brotaron y produjeron, en palabras de la historiadora italiana Ángela Pellestini: "una devastación”.

También hemos de rezar por la fidelidad de la Iglesia a la misión recibida de Jesucristo. Como ha recordado el dominico Charles Morerod en todo el siglo XVI no hubo ni uno sólo de los obispos de Estrasburgo que recibiera la ordenación episcopal y trabajara como obispo en la diócesis, ya entonces considerada de una gran importancia (Les 500 ans de la Réforme, en Nova et Vetera 1/2017, p. 4). Ejemplos como este hicieron posible que prendiera la idea de la Iglesia sin jerarquía e invisible. El amor y veneración del pueblo cristiano en el mundo entero por los sacerdotes, obispos y el papa, es una manifestación de que la Iglesia sigue siendo fiel a la misión recibida.

Finalmente también hemos de recordar que el documento sobre la justificación del 31 de octubre de 1999, que fue ultimado por el entonces cardenal Ratzinger (1927) y el obispo luterano Hanselmann (1927-1999), requiere meditar sobre el don de la misericordia divina y la primacía de la gracia de Dios, a la par que el ejercicio de nuestra libertad y de nuestros deseos de buscar a Jesucristo e identificarnos con Él, autentica sustancia de la vida cristiana, junto al amor a nuestro prójimo.

José Carlos Martín de la Hoz