Parece que, a menudo, se mide la calidad de un texto por la extensión de las palabras y las frases y se prefiere, por ejemplo, escribir influenciar en vez de influir o problemática en vez de problema. Sin embargo, es muy aconsejable tender a la claridad, a la brevedad, especialmente en los ambientes agitados en que normalmente nos movemos. Lo mismo ocurre con las expresiones redundantes, con las que lo único que se consigue es engordar el texto y marear al lector. Con esto no defiendo que se escriba de forma anoréxica o telegráfica. Leo en una circular sobre las decisiones de una junta de vecinos: “por unanimidad absoluta, se decidió como primera prioridad, prever con antelación la vigilancia de las zonas comunes durante los meses de julio y agosto”; parece difícil que haya unanimidades que no sean absolutas y prioridades que sean segundas o terceras o que se pueda prever con posteridad. Algo parecido ocurre cuando se habla de proyectos de futuro o se lee en los escaparates de unos grandes almacenes: ¡gratis total!; o cuando en el menú de un restaurante se nos ofrece macedonia de frutas o en una reunión de trabajo se nos explica que la base fundamental del proyecto será… Un político decía que hay que erradicar de raíz el fracaso escolar y en un periódico se hablaba de la multa económica que un juez había impuesto a una empresa contaminadora. En un telediario una locutora informaban de que se había producido un accidente  fortuito y de que al parecer los heridos se recuperaban favorablemente. Más pena sentí al enterarme de que dos personas que aprecio no pueden convivir juntas… “Llaneza, muchacho, que toda afectación es mala”, aconsejaba don Quijote; y yo añadiría: y pedante.

 

 

Luis Ramoneda