Siempre nos quedarán los clásicos

 El sentido de la fiesta es salir de la rutina, de lo cotidiano, hacer algo distinto de lo habitual, celebrar o conmemorar algún acontecimiento… Sin embargo, si todos los días fueran festivos, terminaríamos por aborrecerlos y habría que inventar algo diferente. A veces, en medio de la monotonía de jornadas muy parecidas a otras jornadas, surgen pequeños instantes festivos, situaciones o acontecimientos que no esperábamos y que son como una pincelada de color en un cuadro en el que predominan los tonos grises.

 Me pasó hace pocos días al ir a devolver un libro a la biblioteca de mi barrio y sacar otro. Mientras buscaba en la sección dedicada al teatro, cuando estaba a punto de desistir y pasar a la de poesía, me topé con una obra de Joao Baptista da Silva Leitao, vizconde de Almeida-Garret (Oporto, 1799-Lisboa, 1854), político liberal y probablemente masón, uno de los escritores portugueses más importantes del siglo XIX, pionero del teatro nacional de su país –poco original y muy influido por el español y el francés, sobre todo– y no dudé en sacarla.

Fray Luis de Souza es uno de los dramas más destacados de la literatura europea de aquel siglo y obra emblemática del teatro lusitano. Tomando pie de una trama histórica de comienzos del siglo XVII, Almeida-Garret escribe una tragedia romántica muy equilibrada, con unos pocos personajes y una acción sencilla, carente de excesos fantasmagóricos y lacrimógenos. Esa sobriedad dota de gran intensidad dramática a la obra, en la que sobre todo se plantea un problema de conciencia, a raíz de un cambio en las circunstancias históricas que los protagonistas no podían prever y que anula su matrimonio. El final podrá parecer excesivo a la mentalidad relativista de hoy, pero es del todo coherente con los principios cristianos en los que se asienta la vida de los personajes del drama. Como toda obra clásica, sigue siendo actual y plantea importantes cuestiones para una sociedad como la nuestra, tantas veces perpleja e indefensa ante la corrupción, la falta de veracidad y de escrúpulos, el desprecio a la palabra dada…, y las deletéreas consecuencias que estas conductas viciosas y nada ejemplares tienen tanto para la paz de las personas como para el bien común.

Luis Ramoneda