Sudáfrica después del apartheid

 

Hace ya muchos años que terminó el régimen del apartheid en Sudáfrica, pero la situación está bastante peor que em los momentos más álgidos del anterior régimen político cuando vivía Mandela.

El problema económico y de corrupción es fortísimo, como describe el profesor Michael Ignatieff, en el interesante trabajo publicado por el ensayista, académico y expolítico liberal canadiense profesor de las más prestigiosas universidades del mundo, donde se detiene a analizar pormenorizadamente ciertas cuestiones acerca de la ética y de la convivencia en un mundo globalizado, sobre todo en las ciudades superpobladas del mundo.

En concreto: “Para la generación que heredó el acuerdo con Mandela, las propias instituciones de la nueva Sudáfrica han consagrado la desigualdad. A medida que aumenta en desencanto con la transición, que el crecimiento se desacelera, que el empoderamiento negro no satisface las necesidades de la generación joven, la búsqueda de alguien o algo a lo que culpar se estrecha en torno a un chivo expiatorio: los privilegios de los blancos” (233).

Es muy interesante, cómo en las discusiones en clase, los estudiantes blancos en la universidad, responden a los negros, muchos más que ellos, sus compañeros de clase, con un argumento sencillo, pero verdaderamente contundente: “los blancos responden que cada vez es menos realista culpar de todos los males de Sudáfrica a menos del 10 por ciento de la población” (233). Así pues, el autor se pregunta llanamente: “la pregunta en el caso de Sudáfrica es si la democracia liberal puede escapar a la ley de hierro de la oligarquía, la tendencia ineludible de las élites que acaban de llegar al poder de degradar las instituciones explícitamente creadas para poner límites a la corrupción” (241).

Verdaderamente, las soluciones son muy complejas y muchas veces muy lentas, como ya la humanidad ha aprendido, por ejemplo, de lo que sucedió en el siglo XIX, en las colonias antillanas francesas, cuando, en concreto, fue abolida la esclavitud negra en Haití, de la noche a la mañana, y la mayoría de la población que eran esclavos y analfabetos, en un instante pasaron a ser dueños de un país que no supieron gobernar sino destruir.

Quizás, con ese recuerdo de fondo o por otras dolorosas experiencias semejantes, el autor de este trabajo, nos señalará que, en Sudáfrica, se tomaron medidas: “el camino que tomó Mandela no fue el camino de la redención, sino algo mucho más modesto y alcanzable: el camino de la libertad liberal, consagrado en la Constitución de 1994. En política, como él comprendió mejor que sus sucesores, no hay redención, sino únicamente una lucha por el poder en la que la mejor esperanza de alcanzar un equilibrio reside en un acuerdo institucional que recompense las virtudes de la contención y el deber” (242)

José Carlos Martín de la Hoz

Michael Ignatieff, Las virtudes cotidianas. El orden moral en un mundo dividido, ediciones Tauris, Barcelona 2019, 335 pp.