En pocos años, la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR) se ha convertido en la más importante universidad española en Internet y, además, va adquiriendo prestigio fuera de nuestras fronteras. Desde los inicios, esta institución educativa ha apostado por apoyar el teatro. Magnífico fue, entre otros, el montaje de La sesión final de Freud de Mark St. Germain, dirigida por Tamzin Townsend, en 2015. Este año, junto con la Fundación Siglo de Oro, con la que lleva tiempo colaborando, ha promocionado la representación de El rufián dichoso, la única comedia cervantina de tema hagiográfico, como homenaje al gran escritor con ocasión del cuarto centenario de su muerte.

Las comedias de santos eran muy apreciadas por el público en el Siglo de Oro, además, en esta, a través de uno de los personajes, se nos ofrece el punto de vista de Cervantes ante la irrupción del "arte nuevo de hacer comedias" de Lope de Vega. Cervantes había conocido bien los ambientes del hampa en Sevilla, que son el marco de la primera parte de la comedia, reflejados con humor, acción trepidante y cierta conmiseración. Luego la acción se traslada al Nuevo Mundo colombino, donde se produce la conversión de Cristóbal Lugo, el protagonista, y su muerte ejemplar como Fray Cristóbal de la Cruz.

He asistido con tres amigos a una de las últimas representaciones de esta obra en el Teatro Bellas Artes de Madrid. Me ha parecido una buena adaptación la de Jose Padilla, con un montaje acertado y con excelentes actores. Hemos podido comprobar una vez más la fuerza catártica que tiene el teatro. En una hora y veinte minutos, los actores realizan un trabajo agotador, sin trampa ni cartón, porque no ocurre como en el cine en que una escena se puede repetir tantas veces como el director considere necesario, para obtener el resultado apetecido. En el teatro, como en la vida, todo se juega a una sola carta y probablemente por esto nos interpela, nos conmueve, nos subyuga, no nos deja indiferentes, sobre todo si la obra tiene calidad.

Nunca olvidaré la primera representación teatral seria a la que asistí. Estudiaba sexto de bachillerato y el profesor de literatura, un extraordinario maestro, nos llevó a ver una representación de El caballero de Olmedo, con María Asquerino, entre otros actores. Pienso que entonces nació mi interés por las artes escénicas y, de modo especial, por el teatro áurico español. Iniciativas como esta de la UNIR merecen el aplauso y el apoyo; ojalá otras instituciones docentes la imitaran, porque me apenó un poco comprobar que entre el público asistente no abundaban los jóvenes.

Luis Ramoneda