Antares

Keka, hija y nieta de marinos, una mañana falta al instituto para acercarse al puerto a saludar a su padre, capitán del remolcador Antares y, de paso, ver a Abdú, el chico que le gusta. Al llegar, el barco está desierto. Decide subir a bordo, y se tumba en un camarote a esperarlos, pero se queda dormida. Cuando se quiere dar cuenta, el remolcador ha zarpado para rescatar a un pesquero a la deriva.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2012 Edelvives
212
978-84-263-8605

XII Premio Alandar de Narrativa Juvenil

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Novela de intriga y de aventuras, en la que la acción principal sucede a bordo de un remolcador que debe ir en auxilio de un pesquero en plena tormenta. Pero, en vez de un pesquero averiado, la tripulación se encuentra con un viejo buque-factoría, un antiguo congelador de pescado, misterioso y aterrador, de los que hicieron mucho daño a los fondos marinos por su pesca sin control. Narrada en primera persona, toda la trama se presenta desde el punto de vista de la protagonista y, de esta forma, la acción se acerca aún más al público juvenil: Keka es una chica de dieciséis años, nieta de marinos e hija del capitán del remolcador “Antares”, que desde niña se siente atraída profundamente por el mar. Allí, vivirá uno de los episodios más extraordinarios de toda su vida, y dará un giro a sus sentimientos y a su futuro.
El título de la obra es también misterioso y muy significativo: el nombre del remolcador, “Antares”,  es la denominación de una estrella (supergigante roja), la más brillante de la constelación de Escorpio. Su nombre proviene del griego “anti-Ares” (el dios de la guerra, personificación de la brutalidad y de la violencia), es decir, “rival de Ares” u “opuesto a Ares”, ya que por su color rojizo en el cielo nocturno rivaliza con el planeta Marte (Ares, en griego). En la antigua Persia, era una de las cuatro “Estrellas Reales”, probablemente la denominada el “Guardián del cielo”. De esta forma, el remolcador “Antares” cobra un significado especial, ya que con su nombre se destaca el papel  que desempeña en el relato como instrumento imprescindible en la lucha contra la violencia y la adversidad,  y como guardián del Estrecho.
Según cuenta el autor, la idea de esta novela le surgió cuando un amigo, capitán de remolcadores, le invitó a pasar un día en su barco y en el Estrecho de Gibraltar sufrieron una tremenda tormenta. Se puede decir que la descripción de esta experiencia queda plasmada en la obra de forma perfecta: el lector se ve inmerso en la tormenta, inundado por todo tipo de percepciones y sensaciones que entran por  todos los sentidos: vista, oído, tacto, olfato (el día se hace noche en segundos, el rugido del mar es atronador, los vientos huracanados azotan la cubierta, masas negras de agua se tragan el remolcador en instantes). Con un estilo muy cuidado y el  léxico propio y específico de la navegación y de los marinos, la novela rinde un homenaje al valor de los hombres del mar que entregan la vida cada día en su duro trabajo.