Bailando en la luz

Además de su actividad en el mundo del espectáculo, la actriz norteamericana Sirley Maclaine se ha interesado en el mundo del espíritu o los espíritus. Esta obra, parcialmente autobiográfica, está impregnada de la perspectiva New Age. La autora la divide en cuatro partes: Su formación como bailarina. Un análisis dialogado con sus padres acerca de la relación de pareja de estos. El relato de su breve y tormentosa relación con el director de cine ruso Vassily Oplopkov-Medvedjatnikov. Por último lo que la autorra denomina su Danza Interior o relación con el mundo del espíritu. Del primer y último apartados surge el título: Bailando en la luz.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
1986 Plaza&Janés
316
84-01-35144-8
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No tiene nada de extraño que en un mundo materializado y en conflicto algunas personas se vuelvan hacia los aspectos más espirituales de la existencia, desde las religiones orientales al conocimiento interno del ser humano, el llamado "yo interior". Cualquier ideología o religión que conduzca a las personas a ser mejores y vivir en paz consigo mismas es buena. Tampoco es mala la curiosidad científica o intelectual acerca del Universo. Hay personas que tienen un don especial para conectar con los aspectos inmateriales de la realidad, son los denominados "medium" o "psíquicos", y otros, por inseguridad o curiosidad, acuden a los primeros. Entre las convicciones de la autora destaca su creencia en la reencarnación. Es para volverse loco la cantidad de vidas anteriores que asegura haber vivido, todas ellas enormemente literarias, los espíritus con los que asegura estar en contacto e incluso mezcla lo anterior con la física cuántica. En las teorías psiquicas de Maclaine encontramos elementos budistas e hinduistas, panteistas -"yo soy Dios, todo es Dios-, judíos y cristianos. Cualquier argumento le sirve y le viene bien. Por supuesto no es admisible cuando hace de Nuestro Señor Jesuscristo un "iluminado" más, entendiendo por iluminado aquel mortal sobre el que ha descendido una luz espiritual. Hay que tener en cuenta que ciertos "trances", como los que describe la autora, se pueden provocar a través de sustancias químicas, lo que nos hace dudar de su carácter espiritual y no meramente alucinatorio. Hay creencias de este tipo que se pueden convertir en obsesiones, por ejemplo el vegetarianismo. Por no hablar de la posibilidad de que los "medium" sean simplemente impostores. Es curioso comprobar como a los ministros religiosos se les acusa en ocasiones de aprovecharse de los miedos o la ignorancia de las personas, en tanto que a un pastor de ovejas que sepa enseñarnos las constelaciones lo consideramos como el sumum de la sabiduría. Siempre ha habido filosofías y religiones que han ofrecido a sus adeptos un suplemento de conocimiento en los misterios que exceden de la capacidad cognoscitiva del ser humano. No es el caso del cristianismo. El Antiguo Testamento prohibe las supersticiones y la adivinación; Nuestro Señor Jesuscristo ordena callar a los espíritus; y San Agustín fue reprendido por tratar de alcanzar los misterios divinos. La postura de la Iglesia católica oscila entre las prohibición de la adivinación o el espriritismo, la sospecha ante los engaños del espíritu y la precaución ante las revelaciones privadas. La Iglesia no niega las manifestaciones sobrenaturales -¿cómo podría hacerlo sin incurrir en contradicción?-, pero asegura que la revelación de Dios al mundo está completa con Jesuscristo, que a partir de Él cada uno debe buscar su camino con humildad, y que el Espíritu está ahí, fuera o dentro de nosotros, para ayudarnos a encontralo. Más allá de estos principios corremos el peligro de confundirnos la cabeza o creer en supercherías. La Iglesia católica nos recomienda acudir a Dios "en sus ángeles y en sus santos" y es lo que debemos hacer, con humildad y perseverancia, en vez de llenarnos la cabeza con "espíritus juguetones" o reencarnaciones varias. En conclusión, que este libro, por higiene mental y psíquica, no es recomendable en absoluto, sin juzgar sobre la intención que haya movido a la autora a escribirlo. Si ella cree en esas cosas, bien está.