Barba Azul

Como en la fábula de Charles Perrault, hay un agro seductor y misterioso,un castillo y una habitación secreta. Saturnine es una hermosa joven que acude impaciente a una cita para alquilar un habitación en París. El propietario de la mansión es Elemirio Nibal y Mílcar,un aristócrata español amante de la buena cocina y ávido lector de las actas de la Inqusición. Antes de la bella Saturnine, otras ocho mumjeres le alquilaron una habitación y desaparecieron en misteriosas circunstancias, después de entrar en la estancia prohibida.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2014 Anagrama Panorama de narrativas
138
9788433978844
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Imagen de Azafrán

Amélie Nothomb afirma con rotundidad que su género literario debe considerarse como perteneciente al realismo mágico. Y este nuevo trabajo lo confirma.

La historia que nos cuenta es una deconstrucción del cuento de Charles Perrault del mismo título.

El protagonista es un “grande de España”, un tal Elemirio Nibal y Mílcar, de nombre con resonancias cartaginesas. La personalidad de Elemirio Nibal y Mílcar supone tal cúmulo de tópicos e incongruencias que resultaría imposible para este espacio enumerarlas, tan difícil como definir la personalidad de don Quijote, al que por cierto, el propio personaje se compara.

Elemirio vive en un palacete de treinta habitaciones en el distrito siete de Paris. Vive sólo como grande de España y alquila una habitación con baño a un precio irrisorio. Las inquilinas interesadas en ocuparla pasan una especie de selección. Y la elegida es la otra protagonista del relato, Saturnine Puissant, una joven belga recién aterrizada en París.

Amélie juega con el lector, quien ya conoce el final del relato. Le sorprende con las alternativas que le va proponiendo.

Es sabido que los belgas sienten una cierta aversión a lo español de resultas de las guerras con las que el Duque de Alba intentó mantenerlos bajo la corona española. Tal vez por eso, la joven escritora belga, atribuye al protagonista –español- ciertos rasgos de sadismo mezclados con el fervor religioso y mojigato que los anticlericales quieren atribuir a la nobleza de principios del siglo XX en España: todo está permitido para los que pueden pagar con oro el perdón de la Iglesia Católica a través del sacramento de la Confesión.

Igualmente le atribuye un morboso placer por lecturas de las actas de los tribunales de la Inquisición, como si sólo hubiese habido Inquisición en España, obviando las condenas de la inquisición francesa, sin ir más allá.

Dejando a un lado la condición de español del protagonista, el lector se deslumbra con el juego voluptuoso del placer de la comida y bebida, siempre francesa –cava francés de todo tipo y marca-, de la confección personal del atuendo del ser amado, de la explosión del color. Quizás sea el estudio del color lo que más trabaja Amélie Nothomb en esta obra -El color no es el símbolo del placer, es el último placer. Es tan auténtico que en japonés “color” puede ser sinónimo de “amor”-. Pág. 124

En esa escala de color, Saturnine Puissant representará el amarillo, color que la identifica con un personaje literario de Madame de la Fayette -siglo XVII francés aunque la acción tiene lugar un siglo antes en la corte de Luis XIV-, la princesa Clèves, popularizada por un comentario denigratorio de Nicolás Sarkozy, en 2006, quien pretendía ensalzar el valor del estudio de las ciencias en las universidades francesas por oposición al estudio de la literatura.

La joven belga, inteligente y atea, fundamentalmente pragmática y relativista, termina venciendo al “grande” español de una manera mucho más contundente que la utilizada por Perrault en su cuento Barbe Bleu. El ateísmo contra un sentimiento religioso trasnochado e incongruente lleva las de ganar.