Cristianismo y democracia

Este ensayo está fechado en 1942, durante la Segunda Guerra Mundial. Esta había sorprendido a Maritain dando clases de filosofía en los Estados Unidos. Maritain constata el fracaso de la III República Francesa, la barbarie nacionalsocialista y rechaza el comunismo. La tesis del autor es la de que la democracia y los valores sociales del cristianismo están íntimamente unidos. Ambos sustentan una filosofía personalista, de respeto a la dignidad de la persona y a los derechos humanos. El pensamiento político de Maritain constituyó la base ideológica de los partidos demócrata-cristianos que habían de fundarse después de la Guerra Mundial.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
1971 La pléyade-Buenos Aires.
111
mkt0003632802

Original de 1942.

2002 Palabra
168
84-8239-527-2

Incluído en el volumen que lleva por título "Los derechos del hombre".

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Maritain se pregunta qué es la democracia y responde: "La palabra democracia (...) designa una filosofía humana, de la vida política y un estado de espíritu" (pág.41). Se trata de la primera idea importante de este libro: la democracia no es un sistema formal para la adopción de las decisiones colectivas -no es simple aritmética-, sino un conjunto de valores para la convivencia. Estos valores son, entre otros, la justicia, el respeto por los derechos humanos y, sobre todo, la fraternidad.

A lo largo de la historia los valores sociales del evangelio convergen con los de la conciencia profana. Los racionalistas franceses proclamaron los derechos del hombre y del ciudadano; los puritanos la abolición de la esclavitud y los comunistas ateos los derechos económicos.(pág.45). Estos principios revolucionarios, frecuentemente se han impuesto en un contexto de confrontación con el cristianismo, pero no quiere decirse que los principios evangélicos no  estuviesen influyendo ocultamente en la conciencia de los revolucionarios.

Los enemigos de la democracia están dentro de ella y son las debilidades de los hombres: el egoísmo, el afán de dominio o la intolerancia. "La voluntad del pueblo -escribe- no es la regla de lo justo o lo injusto" (pág.57). Igualmente previene contra la tentación de sustituir la conciencia individual por una supuesta voluntad colectiva, que al final no es más que la voluntad de los líderes: "Los totalitarios han pervertido la palabra pueblo (...) en nombre de la cual comenten toda clase de crímenes" (85). Por último recomienda distinguir entre igualdad e igualitarismo: "Avivar el sentido de la igualdad sin caer en un igualitarismo nivelador" (pág.69).

También señala cómo, del hecho de que un pueblo profese la fe cristiana, no se desprende que acierte al juzgar sobre las cosas de la política. Nada más fácil -señala- para los falsos monederos políticos que movilizar, a través de la religión, los prejuicios de raza, familia o clase; los resentimientos colectivos y las quimeras políticas (pág.72). Un ejemplo de lo anterior serían las luchas carlistas en España. De la misma manera que Maritain rechaza una democracia formal, sin valores democráticos, tacha de insincera una religiosidad que no incorpore los valores evangélicos de la fraternidad y el respeto por los derechos del hombre.

Si valores evangélicos y conciencia profana han terminado coincidiendo en sus fines, no puede decirse lo mismo de la filosofía que los sustenta. La filosofía racionalista (...) certificó a los hombres que la sola bondad de la naturaleza y la razón bastarían para el advenimiento de la gran promesa de la justicia y de la paz" (pág.51), pero vemos que no ha sido así. Igualmente Marx afirmó que la propiedad pública de los medios de producción consolidaría definitivamente la igualdad y la fraternidad entre los hombres, pero esta promesa no se ha hecho realidad. Por último, la filosofía cientifista ha visto en el hombre un mono sin alma (pág.67), lo cual es contrario a la dignidad de la persona.

No he hecho más que arañar la superficie de este ensayo de Jacques Maritain. Éste, siguiendo a su maestro Bergson, profundiza más en la necesidad de vivir las virtudes evangélicas en la vida pública, a fin de construir y defender la democracia. El libro no es totalmente fácil de leer, pero me parece importante ante la decadencia de la democracia en Occidente, incluída España.