El adversario

El 9 de enero de 1993, Jean-Claude Romand mató a su mujer, sus hijos, sus padres e intentó, sin éxito darse muerte. La investigación reveló que no era médico, tal como pretendía y, cosa aún mas difícil de creer, tampoco era otra cosa. Mentía desde los 18 años. A punto de verse descubierto, prefirió suprimir a aquellos cuya mirada no hubiera podido soportar. Fue condenado a cadena perpetua.

Ediciones

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Imagen de Mon

El autor de este relato ha seguido el juicio real contra el protagonista e intenta esclarecer la verdad de Jean-Claude Romand. ¿Cómo puede una persona mentir a todo el mundo de esa forma? ¿Es posible recuperar la veracidad?
El libro resulta absolutamente sobrecogedor. Porque, indudablemente, el trágico resultado de esa vida mentirosa ha sido la putrefacción de la propia alma y la ruina de todos los suyos.
Me ha recordado mucho al libro de Hannah Arendt sobre Eichmann aunque aquí hay más interés por la persona y menos análisis intelectual sobre los mecanismos del mal.

Imagen de Guille

La historia de Romand es de esas tan increíbles que jamás pueden ser plasmadas directamente en novela. Mató a su mujer, sus dos hijos y sus padres ante la certeza de que iba a descubrirse de inmediato que toda su vida era una impostura.
Carrère consigue presentar esta historia de una manera impecable. Pese a resultar verdaderamente demencial, logra hacerla creíble detallando las añagazas de Romand en detalle, entrando a relatar sus infinitas miserias y recreando el angustioso clima que este mentiroso supremo fue construyendo a su alrededor con una inverosímil mezcla de cobardía y cálculo: su sudor omnnipresente, sus extrañas relaciones con las mujeres, el posible origen de sus comportamientos en una infancia extraña, marcada por pequeñas frustraciones. Todo ello está descrito de una forma concisa, pero a la vez minuciosa, y sobre todo enormemente objetiva: no se nos ahorran detalles de las monstruosas mentiras de Romand, e incluso se da cabida a sospechas que ensombrecen aún más su figura, pero se ahorra en todo momento el comentario.

Lo curioso del caso es que el proceso de la narración, también de forma muy dickiana, es completamente subjetivo. Carrère nos narra la historia de Romand en primera persona, a través de su propia vida, de su fascinación por un hecho sorprendente y de sus relaciones, distantes pero continuadas en la elaboración de este trabajo. Sin implicarse en el análisis de los hechos, sí nos da a conocer sus estados de ánimo ante el progresivo descubrimiento de la historia.