Inshallah

Una década después de haber estado en Vietnam como corresponsal de guerra, Oriana Fallaci se detiene en Beirut. En 1982 y 1983 se han producido la primera invasión del Líbano por Israel y las matanzas de los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila. Tropas internacionales toman a su cargo la protección de los refugiados y la interposición entre las distintas comunidades. Fallaci convive con el contingente italiano y cree ver en ellos el perfil de los héroes griegos de la guerra de Troya. Al final todos son víctimas de la guerra: cristianos e islámicos, palestinos y libaneses, hombres y mujeres, soldados italianos y religiosas francesas por lo que el resultado es un hermoso alegato pacifista. Cuando Ángelo se pregunta cuál es la fórmula que permite la Vida en medio del caos, no encuentra otra respuesta que la expresión árabe “ínshallah”: si Dios quiere, lo que Dios quiera. El alma voluntarista de la autora se rebela contra este reconocimiento de impotencia, pero no tiene más remedio que admitir que el bien y el mal existen dentro de los hombres y de las mujeres, algo que todavía no ha hecho la mayoría de sus contemporáneos, de nuestros contemporáneos.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
1992 Plaza y Janés
697

Copy de la autora 1990

Valoración CDL
3
Valoración Socios
4
Average: 4 (1 vote)
Interpretación
  • No Recomendable
  • 1
  • En blanco
  • 2
  • Recomendable
  • 3
  • Muy Recomendable
  • 4

1 valoraciones

4
Género: 

Comentarios

Imagen de enc

Ínshallah no es una historia sino muchas. Demasiadas. La autora se ha sentido atraída por la personalidad de los soldados italianos de la fuerza de pacificación en Beirut y nos la ofrece novelada. El resultado es una obra extensa, muy humana, que se lee muy bien, aunque algo falta de unidad por la amplitud de su objetivo. También es un alegato pacifista. La guerra, cualquier guerra, no vale la pena. Menos todavía esas guerras etnicistas, tribales, de todos contra todos en las que la mayoría de las víctimas son civiles y el campo de batalla es la ciudad. La guerra marca a todos lo que han participado en ella; frecuentemente les hace enloquecer. Hay que destacar la cultura clásica de la autora, su perspicacia para descubrir lo que normalmente se oculta y su sensibilidad –mujer al fin- ante el sufrimiento. La capacidad para captar las emociones y reflexionar sobre ellas. ¿Qué ha quedado de Oriana Fallaci, fallecida en 2006, más allá del tópico de que odiaba al islamismo y a los islámicos? ¿Qué ha quedado de su repulsa a la guerra y de su amor al hombre fuerte y honesto, a la mujer que sufre, a la inocencia de un niño? Después de media docena más de guerras con los mismos actores hay que decir que muy poco. Ya no se envían soldados de reemplazo a ese tipo de infiernos, pero ¿acaso no demuestra la autora que también los soldados profesionales van allí engañados? Engañados por los gobiernos y por sí mismos. Por los gobiernos que les hacen creer que son ángeles de paz ante los que todos se postrarán. Engañados por sí mismos en su motivaciones: está el que quiere huir de la monotonía del trabajo en la fábrica, el que quiere demostrar que no es un cobarde y que es capaz de hacer algo que valga la pena, el que huye del escenario familiar y el que trata –sin éxito- de superar una personalidad gay que todavía no ha confesado a nadie. Está, por último, el que se alista convencido por su novia, que quiere quitárselo de en medio porque ya tiene otro mejor llamando a la puerta. Engaño son las armas de destrucción masiva porque con la debida perseverancia ¿cuáles no lo son? Engaño la voluntad de establecer regímenes democráticos occidentales en países que no tienen esa tradición ni un sustrato humano y cultural que lo haga posible. Fallaci cita a San Agustín cuando dice: "No se puede imponer el bien por la fuerza, porque el bien impuesto será transitorio, mientras que el mal causado permanecerá".