La bailarina de Auschwitz

Edith Eger tenía dieciséis años cuando los nazis invadieron su pueblo en Hungría y se la llevaron a Auschwitz, junto con el resto de su familia. Sus padres fueron enviados a la cámara de gas y ella permaneció junto a su hermana, pendiente de una muerte segura. Bailar El Danubio azul para Mengele salvó su vida. Después de los campos de exterminio vivió en Checoslovaquia, tomada por los comunistas, hasta terminar en los Estados Unidos donde acabaría convirtiéndose en psicóloga clínica, discípula de Viktor Frankl.

Fue en ese momento, tras décadas ocultando su pasado, cuando se dio cuenta de la necesidad de curar sus heridas, de hablar del horror que había vivido y de perdonar como camino a la sanación. Su mensaje es claro: tenemos la capacidad de escapar de las prisiones que construimos en nuestras mentes y podemos elegir ser libres, sean cuales sean las circunstancias de nuestra vida.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2018 Planeta
416
978-84-08-18090
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Una mujer que sobrevivió a Auschwitz es normal que en su ejercicio profesional como psicóloga se haya dedicado al tratamiento del dolor. No es fácil aceptar a los dieciseis años ser llevada a un campo de exterminio solo por pertenecer a la raza judía y perder allí a los padres. Edith Eger tendría que luchar durante toda su vida contra esa herida interior.

Para la autora lo importante no es el sufrimiento, sino la respuesta que se adopta frente a él. El dolor se puede superar, pero hay que identificar sus causas, aceptarlo y actuar en consecuencia; por ejemplo se puede adoptar la decisión de trabajar ayudando a otros que también sufren. La autora reduce a cuatro las emociones primarias: Tristeza, furia, miedo y alegría. Las tres primeras no son malas necesariamente, siempre que sean transitorias y el paciente sea capaz de identificar sus causas. Negarlas, tratar de darlas al olvido, hace que permenezcan en el subconsciente envenenando la vida del sujeto y la de los que le rodean.

Lo contrario de la aceptación del dolor es el victimismo; la actitud de aquel que culpa a otra persona o entidad de su destino y circunstancias. "Mientras responsabilicemos a otra persona de nuestro bienestar seguiremos considerándonos víctimas" (pág.364) -escribe. No se trata de absolver a aquel que nos ha causado daño -Hitler y el partido nazi en el caso de los judíos- sino de reformular la expectativas de vida del enfermo a partir de la experiencia vivida (pág.265). Cuantas más alternativas se ofrezca el sujeto a sí mismo para el futuro más fácil le resultará la superación del recuerdo doloroso.

Profundizando en sí misma, la autora señala como "el perfeccionismo apareció en mi infancia para satisfacer mi necesidad de aprobación" (pág.265), "... yo había tenido demasiado miedo a la desaprobación y a la ira" (pág.274). En el ejercicio profesional -afirma- ofrece a sus pacientes un amor y una aceptación total ya que el amor es la única emoción más fuerte que el miedo" (pág.182). Concluye que ha encontrado sentido a su vida ayudando a otros a encontrar sentido a la suya (pág.248).

Como consecuencia del dolor el enfermo puede preguntarse por el sentido de su vida; la psicóloga responde que "por muy pequeños que seamos en el gran plan del universo, cada uno de nosotros es un pequeño mecanismo que contribuye a que la rueda gire" (pág.306). En consecuencia anima al paciente a salir de su pequeño y dolorido mundo interior para contemplar un mundo más grande. Son palabras hermosas y esperanzadoras que permiten afrontar incluso la muerte, con el convencimiento de que la vida no ha sido del todo inútil.

Somos hombres y arrastramos imperfecciones, pero sobre la humanidad herida se puede construir una vida llena de sentido (pág.405). Buscamos la alegría y la felicidad, pero la felicidad es una meta elusiva si no se acepta el dolor que toda vida lleva consigo.

Para todo tipo de lectores.

Imagen de Stefanus

Merece la pena seguir la historia de Eger, porque se ve que en situaciones límite aparece muy claramente la fuerza o la debilidad de los espíritus. El libro constituye una buena contribución a la escuela de logoterapia del Dr. Víctor Frankl, con el que la autora mantuvo una buena relación persona y académica. Por otro lado se subraya la aceptación de la realidad, de la propia personalidad, líites e historia como base de la vida y de su crecimiento.

Muy interesante la observación que hace desde distintos puntos de vista y que reseño: "Mi propia búsqueda de la libertad y mis años de experiencia como licenciada en Psicología Clínica me han enseñado que el sufrimiento es universal. Sin embargo, el victimismo es opcional. Existe una diferencia entre victimización y victimismo. Todos podemos ser victimizados de algún modo en el transcurso de nuestras vidas. Todos, en algún momento, padeceremos algún tipo de desgracia, calamidad o abuso, provocados por circunstancias, personas o instituciones sobre las que tenemos poco o ningún control. Así es la vida. Y eso es la victimización. Viene del exterior. Son los matones del barrio, el jefe que se enfada, el marido que pega, el amante que engaña, la ley discriminatoria, el accidente que te envía al hospital. En cambio, el victimismo procede del interior. Nadie puede convertirnos en víctima excepto nosotros mismos. Nos convertimos en víctimas, no por lo que nos sucede, sino porque decidimos aferrarnos a nuestra victimización. Desarrollamos una mentalidad de víctima". La conclusión es clara, necesitamos la libertad y la responsabilidad personal, para mejorar las cosas, sin echar la culpa a los demás.