La Iglesia de los tiempos clásicos (II)

El autor describe el ambiente religioso previo a la Revolución francesa. El calificativo de tiempos clásicos evidentemente se refiere a Francia; nadie afirmaría en España que los siglos XVII y XVIII sean siglos clásicos; más bien se los conoce como periodo de decadencia. También se ha producido cierta decadencia en Francia en el ámbito religioso y eclesial.

En esos dos siglos, en Francia, habrán gobernado Luís XIII, Luís XIV (al que el autor califica como Rey cristianísimo), Luís XV y Luís XVI. Reinando este último (1789) tiene lugar la Revolución francesa. Esta tiene una vertiente irreligiosa e incluso de persecución de la Iglesia católica.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
1960 Luis de Caralt
461

Subtítulo: La Era de los grandes hundimientos.

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Volvemos a la Historia de la Iglesia de Henry Daniel- Rops, por el atractivo y la facilidad de pluma que tiene este autor católico, miembro de la Academia Francesa. La edición es de Luís de Caralt, católico catalán a quien debemos la publicación de un buen número de obras de interés.

El siglo XVIII es conocido como siglo de las luces, aunque Daniel-Rops gusta de denominarlo siglo de los filósofos. Se trata de la revolución de las inteligencias contra los que son conocidos como pilares del Antiguo Régimen: Monarquía, Nobleza e Iglesia (Parte Iª). Destacan en esa revolución autores como Voltaire, Rousseau o los promotores de l' Enciclopedie Diderot y D'Alembert (pág.59). Estas ideas penetraron en la nobleza e incluso las adoptaron algunos eclesiásticos. La masonería contribuyó a su difusión.

El pensamiento de los filósofos es racionalista, empirista, socialmente igualitario y está centrado en el hombre. Dios queda reducido a la condición de "gran relojero del Universo", que dicta sus leyes pero no interviene en la vida de los hombres (deismo).  En lo político se impone el despotismo ilustrado, y una de sus características es la voluntad de los reyes de gobernar también la esfera de lo religioso (galicanismo, josefismo en Austria, pág.281, patronato regio en España y Portugal, pág.153).

Una consecuencia de la intervención de lo político en el ámbito eclesial es la expulsión de los jesuítas del imperio portugues y de todos los reinos en los que gobierna la casa de Borbón. Desafortunadamente la competencia entre las órdenes religiosas contribuye al descrédito de la Iglesia (pág.112). Los Pontífices de esta época son débiles, hasta darse el caso de que Benedicto XIV cede a la presión de las Cancillerias y suprime la Compañía de Jesús con perjuicio para la actividad apostólica y misionera (pág.265).

A pesar de estas debilidades, el autor recuerda el impulso apostólico que extiende la fe católica por América y Asia hasta llegar a lugares tan remotos como China o la India (Parte 2ª). En esta actividad misionera no han faltado los mártires. En Europa se crean numerosas sociedades piadosas para difundir en el pueblo la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Por último, como en todos los momentos de crisis, Dios envía vocaciones a la santidad en los lugares más insospechados, como es el caso del francés san Pedro Labré, el mendigo de Dios (pág.327).

La conclusión es que cuando llegue la persecución religiosa en Francia no logrará desarraigar la fe del pueblo, sino que purificará la Iglesia de las malas prácticas en las que había incurrido con el Antiguo Régimen (Parte 5ª). Personalmente creo que el interés del libro está en que hoy vuelve a darse la situación que existente antes de la Revolución Francesa: la cultura es racionalista, cientifista e incrédula, pero en el pueblo el compromiso religioso está latente y tiene raíces profundas.