Los ángeles perdidos

El autor hace un repaso a las crisis humanitarias en las que nos hemos visto envueltos en el último medio siglo y cómo éstas han afectado a la infancia: los ángeles perdidos. Varias son las causas que operan en contra de los niños: la pobreza, la guerra, la descomposición de las familias y la utilización de los niños y niñas con fines sexuales.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
1998 Espasa
427
84-239-9658-1
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A pesar de que se presenta como un ensayo, el libro es una recopilación desordenada de crisis humanitarias, más o menos recientes, cada una con sus características propias: Bosnia, Sudán, Ruanda, los niños de la calle en Sudamérica, el turismo sexual en Tailandia o Filipinas, los horfanatos en China o Rumanía, los niños-soldado, los menores esclavos, o el comercio de niños con varios fines, entre ellos la adopción.

El autor habla de la fatiga de la compasión que experimentamos en Occidente ante la avalancha de datos negativos en Africa, Asia y América. También denuncia lo que califica como el negocio de la caridad con motivo del genocidio en Ruanda: "El campo de refugiados más grande del mundo, el de Goma, fue teatro de una curiosa batalla. A golpe de camisetas con el nombre de organizaciones humanitarias, pegatinas y angustiosas conferencias de prensa, setenta ONG se disputaron seguntos de antena en la CNN y otras cadenas. Había que llamar al corazón de las marcas, patrocinadores y donantes (...). Algunas ONG llegaron a contratar a profesionales de la comunicación para asegurarse publicidad en la industria de la caridad.  (...) Había incluso que exagerar los datos de la tragedia, ya de por sí inconmensurables, para tocar la fibra sensible de los atribulados donantes" (pág.420).

He aquí otro dato curioso: las cifras. El autor proporciona números redondos sin explicar de dónde los obtiene. Al hablar de los niños de la calle en Brasil, afirma que anualmente nacen en el país tres millones seiscientos mil niños, pero cinco líneas más abajo escribe: "Nacen al año más de dos millones de niños" (pág.290). No se pretende negar la magnitud del problema, pero la diferencia entre las cifras es enorme. El autor utiliza una horquilla de tiempo y una casuística demasiado amplia. Así, por ejemplo, escribe que en "el caso de España los inspectores de trabajo descubrieron quinientos mil casos de niños que trabajan ilegalmente" (pág.184). Es difícil creerlo cuando no hay trabajo para los adultos. Habría que saber de qué año estamos hablando o a qué tipo de trabajos se refiere el autor.

Es sangrante la cuestión del turismo sexual. Al tratar sobre el turismo sexual en Tailandia (Cap. XXII), Leguineche afirma: "La demanda de sexo con las niñas tailandesas es más frecuente entre la clientela asiática; los europeos se inclinan en mayor medida hacia los niños" (pág.355). ¿Qué pasa con los occidentales, ya se han cansado de consumir sexo heterosexual o es que un feminismo equivocado les ha llevado a olvidar lo que una mujer le aporta a un hombre? El autor no hace propuestas concretas, pero está claro que con denunciar los hechos no basta; la guerra, la pobreza o el egoismo humano están ahí y no van a desaparecer por sí solos.

En un momento hace un diagnóstico lúcido de la situación: "Los niños nihilistas, indisciplinados, pragmáticos, descarados, dispuestos a todo -nos decía un ingeniero en paro- son un reflejo de nuestra propia imagen" (pág.378); es decir, de un egoismo feroz. No habría explotación sexual si no hubiera consumidores de sexo; no habría niños-soldado si no hubiera adultos que inician las guerras o ponen a su alcance armas a precios irrisorios; no habría niños de la calle si las familias se mantuvieran unidas; no habría niños drogadictos si no hubiera adultos traficantes; no odiarían si no vieran odiar a sus mayores, y no habría tráfico de bebés para la adopción si en Occidente no se favoreciera el aborto.

Por alguna razón el autor no presenta estos casos de un modo cronológico o temático y ello hace la lectura árida y repetitiva. El libro, por su temática, merecía estar más trabajado. El autor debería también cerrar la horquilla temporal: tratar sobre el bombardeo de Guernica o los niños desplazados a Rusia durante la guerra civil española parece algo remoto. Tampoco aporta demasiado hablar sobre la matanza de los hugonotes de la noche de San Bartolomé, en Francia, o de la guerra de Biafra, aunque ésta sea un precedente de las crisis humanitarias africanas que íbamos a ver después. Ante el silencio del autor, conviene recordar las iniciativas a favor de la infancia que desarrollanlas instituciones católicas en los países en crisis.