Los comuneros

Monografía histórica sobre el pronunciamiento de las Comunidades de Castilla y sus dirigentes, Juan Bravo, Juan de Padilla y Francisco Maldonado, que en 1520 irrumpieron en Segovia, Toledo y Salamanca, manifestándose en contra de Carlos V. El volumen incluye bibliografía e índice onomástico. El hispanista francés J. Pérez, especializado en el estudio del nacimiento y la formación del Estado español moderno, se doctoró en 1970 con una tesis sobre las Comunidades, publicada en su momento. Aquí hay aportaciones y cuestiones no planteadas entonces, aunque, a la vez, se trata de una obra bastante más sintética, planteada con una estructura clara y un estilo fluido y sencillo, apto para un amplio sector de lectores. Junto al análisis brevísimo de la revolución castellana que a pesar de su fracaso convulsionó toda la península, el papel que desempeñaron personas que parecían estar al margen, etc., incluye un capítulo final con aproximaciones históricas redactadas en los siglos XVII al XIX y en el XX, hasta la historiografía actual. Reseña numerosos textos de la época -fragmentos o íntegros- como memoriales, cartas, actas, etc.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
1998 Siglo XXI de España Editores SA
720

Con el título "La revolución de las Comunidades de Castilla (1520-1521)" esta edición presenta la tesis doctoral del autor, publicada en francia en 1970. Esta es la sexta edición y la primera española es de 1977 en esta misma editorial. Como es lógico es mucho más completa esta edición que el resumen posterior titulado "Los comuneros".

2006 La esfera de los libros
299
978-84-9734-568
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Comentarios

Imagen de Francisco Javier Sánchez

Un señor comentarista anterior dice que los comuneros no fueron castellanos. Desde luego no hubo comuneros gallegos, ni catalanes, ni aragoneses...Si los comuneros de Toledo, de Madrid, de Segovia, de Ávila, de Salamanca, de Toro, de Valladolid, de Zamora..., no fuero castellanos, ¿ qué eran entonces ?. Por otro lado, por lo que lucharon las ciudades castellanas fue por la Ley Perpetua de 1520, el primer precedente constitucional hispánico y europeo que merece la pena conocer y leer directamente del texto antiguo, a fin de que se aprecie sin intermediarios la grandeza de los juristas y procuradores castellanos.  

Imagen de Germán

Me pareció más interesante la primera versión, porque da muchísimos datos. Las notas a pie de página son de una gran riqueza para el lector verdaderamente interesado por el tema. No hay que olvidar que estamos ante un momento de nuestra historia muy breve y extremadamente complicado.

Imagen de cdl

El tema de los comuneros ha sido objeto, en nuestro país, de lecturas apasionadas y contradictorias. Casi puede decirse que cada generación se ha aproximado a este fenómeno cargada de prejuicios a veces positivos, otras veces no tanto. Y si lo estudiamos desde su vertiente "castellanista" podemos decir que el delirio está servido. Hasta el punto de que existe, con escaso éxito electoral (quien estas líneas escribe tuvo el gusto de septuplicarlos en votos en su única aventura política) un partido que se reclama de su ejemplo (Tierra Comunera).

Lamentable confusión, que ha trascendido, es la que se produce cuando se habla de Comunidades Castellanas, mezclando a las de Villa y Tierra medievales que nada tienen que ver con esta rebelión del XVI.

Es sabido que en el XIX se crea un movimiento masónico que lleva el nombre de estos rebeldes contra el Imperio y que son frecuentísimas las alusiones a los mismos en los discursos republicanos, etc. La adopción de la bandera tricolor por las dos repúblicas españolas mezcla dos confusiones, la de pensar que era un movimiento castellano y la de creer que la bandera castellana fue alguna vez morada. Ambas cosas inciertas.

Los comuneros no eran castellanos, aunque entre ellos los hubiera (si bien muchas ciudades como Burgos y Soria, castellanas viejas, se sintieron poco o nada atraídas por este movimiento), entre otras cosas porque, por aquellos años, Castilla llevaba mucho tiempo subsumida en la llamada Corona de Castilla que incluía prácticamente a toda la península a excepción del Levante.

Parece cada vez más evidente, y la obra de Joseph Perez, ciertamente lejana de las interpretaciones románticas, lo corrobora, que se trató de un movimiento de alcance y ánimo burgués liderado por algunos sectores de la nobleza y el clero y que se desató, de una parte, sobre la endeblez de los derechos de Carlos I a la corona y de otra a su carácter foráneo, lo que se plasmaba en la situación en puestos de confianza de elites flamencas. La cuestión de los impuestos desencadenó el fenómeno, que probablemente no hubiera alcanzado ni los éxitos iniciales de no estar ausente el monarca de la península. Los intentos de reponer en el trono a la reina Juana fueron, como se sabe, infructuosos.

El rechazo a la vocación imperial es para Pérez uno de los motivos más evidentes de la rebelión. Se admitía a Carlos como rey de Castilla, pero no como emperador. El temor, justificado, a que las empresas imperiales desangraran el país fue fundamental en todo el proceso.

Como es sabido las finanzas del Austria, endeudado hasta las cejas con los Fugger fueron siempre desastrosas.

En el programa político de los comuneros existían numerosas reivindicaciones que hoy llamaríamos democráticas pero que podemos interpretar, al gusto, como progresistas o reaccionarias. Volver a dar a las Cortes un sentido representativo parece progresistas pero era también volver a la vieja representatividad castellana (imperfecta, puesto que únicamente las ciudades estaban representadas y aun estas de un modo bastante caprichoso). Se trataba, por lo tanto, no de combatir a la monarquía sino de convertirla en constitucional, de hacer jurar al rey una especie de Carta Magna, lo que nuevamente puede parecer novedoso pero no era sino volver al sentido foral de los primeros siglos de Castilla.

De otra parte, aunque no tan claro como en el movimiento de los "agermanados", se da un factor milenarista:

Esperaban que sería esta república una de las más dichosas y bien gobernadas del mundo. Concibieron las gentes unas esperanzas gloriosas de que habían de gozar los siglos floridos de más estima que el oro".

De este texto de Prudencio de Sandoval a las profecías valencianas de Eiximenis (Dotzé del Crestiá) preconizando una república "a la veneciana" no va, en realidad, mucha distancia. Diríamos que se mascaba en el ambiente.

Es cierto que la "buena prensa" de que luego gozó la causa de los comuneros luce por su ausencia en los años que subsiguen a la reyerta. Como decía el fiscal Garrison, "la traición nunca prospera, porque si prospera no se llama traición". Todo lo contrario, la imagen de los comuneros se confundió con la de enviados del diablo, y a veces se les acusó hasta de conversos y judaizantes. Francisco de Zúñiga, el bufón del rey, escribió en su Crónica que al revisar los cadáveres de los comuneros, después de Torrelobatón, fueron hallados muchos muertos sin prepucios. Hechos concretos (la reivindicación de Sevilla de que los conversos fueran apartados de todos los cargos y el pogrom que estuvo a punto de desencadenar María de Padilla en Toledo), parecen indicar más bien lo contrario.

La rehabilitación de los comuneros se inicia en el XIX y puede decirse que no ha acabado todavía, si bien obras como la de Pérez vienen a poner las cosas en su sitio. Pero hay que decir que siempre hubo voces críticas. Como la temprana de Ganivet, que señaló lapidariamente que eran "castellanos exclusivistas, que defendían la política tradicional y nacional contra la innovadora y europea de Carlos V".

Esta interpretación nunca gustó a Manuel Azaña, aunque sí a Marañón, que concreta: "en esta guerra, y en contra de lo que hasta hace poco se venía creyendo por los historiadores enturbiados por los tópicos políticos, el espíritu conservador y tradicionalista, la derecha, estaba representada por los comuneros y el espíritu liberal y revisionista, la izquierda, por los que siguieron fieles al emperador".

Marañón reduce la guerra de las comunidades a una algarada feudal.

Pero Joseph Pérez es de la opinión de que la tesis de Marañón no es más que una "boutade" y demuestra que no se había leído la documentación ya entonces consultable (Estamos ante un caso inaudito: ¡historiadores serios que se refieren a textos publicados pero que no han leído!).

Llega entonces, ya en los sesenta, Maravall, que reconsidera el papel de los comuneros y les otorga una intención revolucionaria y progresista. Posición que, matizada, es la del propio Pérez.

Estaríamos, por tanto, frente a una de esas bifurcaciones de la historia de España. La ruta emprendida por los Comuneros avanzaba en la línea del ideal renacentista mientras que Carlos V era todavía un hombre medieval. Puede que haya algo de verdad, no en vano fue el fundador de la orden del Toisón de Oro, reminiscencia nostálgica de la Mesa Redonda y los ideales caballerescos.

El libro de Pérez, divulgativo, pero rigurosamente documentado sirve para dar una visión de conjunto y, en su parte final, para darnos un state of the art sobre las propias investigaciones. No sólo qué fueron los comuneros sino cuál ha sido su imagen a lo largo de los tiempos.

© Antonio Ruiz Vega