Mi nombre es Asher Lev

Asher Lev es un niño judío observante que pertenece a una familia profundamente religiosa. Asher Lev también tiene un don: es un genio que no puede dejar de pintar el mundo que ve y siente. Pero en este don está la semilla del conflicto con lo que más quiere: su familia y su comunidad. En esta novela conmovedora y visionaria, Chaim Potok realiza un agudo retrato del artista y de su mundo. Todo un clásico moderno.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
1973 Grijalbo
0
2008 Encuentro
320
978-84-7490-884
Valoración CDL
4
Valoración Socios
3.6
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Imagen de Pipa

Mi nombre es Asher Lev es un libro peculiar. El autor lo divide en tres partes: la primera corresponde a la infancia de este genio pintor judío. La segunda se refiere a toda su preparación como gran artista. Y la tercera nos muestra a un ser ya adulto, maduro profesionalmente hablando. El libro, al principio, no es fácil de leer, sobre todo si desconoces el mundo judío. Se echa en falta aclaraciones sobre su vocabulario peculiar, desconocido para el lector ajeno a ese mundo. Y la abundancia de terminología específica dificulta su total comprensión (sobre todo al principio).
Y esta no es su única dificultad. Encuentras en sus páginas una familia unida, religiosa, personas entregadas a una causa proselitista ilusionante. Son generosos. Pero sin embargo, algo falla. Las relaciones entre padre e hijo son tensas. El padre no sabe descubrir el don de su hijo como un regalo del cielo. Duda. Le causa temor de que sea más bien obra demoniaca... El asunto es torturante, raya en el fanatismo. La madre se debate entre el amor hacia su esposo y hacia su hijo. Sufre un verdadero calvario. Calvario que su hijo sabrá plasmar un día en uno de sus cuadros que será, por otra parte, la explosión de esa relación.
En el protagonista hay lucha por ser fiel a los suyos, a la vez y prioritariamente, que ser pintor. No lo puede evitar: todo se le presenta bajo formas de líneas, curvas, texturas, formas... todo un mundo de emociones que sabe plasmar en el lienzo. Tuvo suerte: su gran maestro le comprende, le admira, le aprecia, le forma, le exige... Y él le prepara de verdad para llevar ese don a la plenitud.
El libro es duro, y es tierno. Es raro. Es diferente. Pero vale la pena leerlo.

Imagen de acabrero

El lector se conmueve y se estremece ante esta historia tan poco habitual. La familia de Asher Lev resulta un tanto peculiar: su padre es un judío ortodoxo, con un papel capital en la situación de los judíos huidos de Rusia en la posguerra. Desde Nueva York y con el dinero de los judíos americanos –suponemos- está ayudando a multitud de judíos en Europa. Pero se olvida de su hijo. Apenas le dedica tiempo y no le comprende. No puede comprender que Asher tenga un don especial para la pintura, y eso les va separando paulatinamente. La madre, en medio de dos sensibilidades extremas, quiere unir, busca como dar a cada uno lo que le corresponde. El padre considera que la pintura, el arte, será la perdición para su hijo; no puede comprender que pueda ser buen judío y artista. Una tensión perfectamente dibujada por el autor que consigue que el lector comprenda las tres posturas y que sienta con pena la tremenda tensión y la ruptura. La simbología cristiana, no buscada, pero utilizada por el artista, termina por precipitar el drama. Una novela muy interesante para entrar en el mundo de la práctica de la religión judía en EEUU, en una época crucial, poco después del holocausto nazi.

Imagen de rocio meca

Asher Lev es una novela de un judío consecuente, que tiene un don, un don extraodinario que, desde la más tierna infancia, aparece en su vida, pero un talento que hay que educar, encauzar. No todas las personas que pintan son genios de semejante arte, pero Asher Lev sí es un artista.

Para un judío coherente ser artista no supone una tarea fácil, porque supone romper, aparentemente, con una idea de lo que es la belleza y el arte. En esta novela vemos como Asher se va convirtiendo en un genio de la pintura, pero esa transformación le lleva a sufrir, ser incomprendido y hasta rechazado por sus seres más queridos. Nuestro pequeño artista que, desde los cuatro años ya pinta como un auténtico genio se encuentra inmerso en un mundo que le ofrece alternativas de vida diferente. Poco a poco, Asher encuentra en la pintura su vocación definitiva, arriesgando su equilibrio psicológico y su armonía interior, su renuncia a enseñanzas que en la tradición judía son esenciales para un judío consecuente.

Su historia está cargada de riqueza, lucha, adversidades, incomprensión, esperanza y desesperanza. Su amor hacia los seres más queridos, su padre y su madre, va sufriendo unos cambios provocados por su don. Una persona con un don que otros no tienen siempre es un ser arrojado a la más dura y cruel incomprensión. No es lo mismo tener una afición que tener un talento, talento que reclama a su dueño el despliegue de su manifestación.

Asher es como otro niño cualquiera, va a la escuela, tiene unos padres, unos tíos y primos, como cualquier niño de su edad, pero es distinto porque su sensibilidad es más profunda y más intensa, sus sentimientos más alterados y confusos. Todo su mundo es una tierra donde los demás no encuentran su propia casa, sólo él. En su caso, el rabino de comunidad le intenta ayudar empujando e impulsando ese don, pero el curso de la historia de un genio, en ocasiones, rebasa los niveles de incomprensión mayores en los que nadie jamás se pueda encontrar.

Supongo que la historia de Asher es como la de otros muchos genios de la humanidad, que nacen con un don o con un talento y no se reconoce ni se comprende hasta que ellos dejan de vivir.

Si eres un asiduo lector creo que este libro no te defraudará, te enganchará y no podrás dejar de leerlo hasta que sepas qué sucede con el don de nuestro protagonista principal.

En el libro quedan reflejadas las costumbres, creencias y tradiciones judías, vividas por los personajes con devoción y fe en ellas.

Asher se define así: "soy un judío consecuente. Sí, los judíos consecuentes no pintan crucifixiones, por supuesto. De hecho, los judíos consecuentes no pintan en absoluto, al menos de la manera en que yo pinto. Se han dicho y escrito palabras tan fuertes sobre mí, se han generado tantos mitos: soy un traidor, un apóstata, alguien que se odia a sí mismo, alguien que inflige vergüenza a su familia, a sus amigos, a su pueblo. Bien: no soy nada de eso. Y sin embargo, confieso con toda honestidad que mis acusadores no están completamente equivocados: soy, de alguna manera, todo eso.(…) El hecho es que los chismes, rumores, mitos e historias de los periódicos no son vehículos adecuados para la comunicación de los diversos matices de la verdad, esas sutiles tonalidades que constituyen, a menudo, los verdaderos elementos cruciales de una cadena causal. Así que ha llegado el momento de la defensa de una larga sesión de desmitificación. Pero no me disculparé. Es absurdo disculparse por un misterio."

Así, el pequeño Asher Lev – nacido de Rivkeh y Aryeh Lev, en 1943, en el sector de Brooklyn conocido como Crown Heighst – fue el punto de unión de dos importantes ramas de familia, el ápice, por así decirlo, de un triángulo seminal con potencialidad judía y cargado de responsabilidad judía. Pero, además, hacia nacido con un don.