Mi vida, mi libertad

Relación autobiográfica de la autora, desde su nacimiento en Mogadiscio (Somalia), en 1969, hasta su definitivo asentamiento en los EE.UU. en 2006. En ella se relatan, en primera persona, todas las desgracias que pueden afectar a una mujer en el África subsahariana: dictaduras, guerras, pobreza y una familia desestructurada. A través del recuerdo de su abuela describe sus orígenes en una cultura tribal, campesina y nómada que termina asentándose en la ciudad bajo un gobierno marxista y genocida. La madre de Ayaan y sus hijos recorren todo el Oriente Medio y el cuerno de África a la espera de un padre que está alternativamente en la política o en la guerra.

Su educación pasa de los orígenes campesinos, en los que la fe islámica es un elemento más y no ciertamente el más importante, a la impregnación total en el islamismo a través de las madrassas y los mulás. En Kenia, en medio de la mayor pobreza y desarraigo, Ayaan cree encontrar un sentido a su vida en el fundamentalismo islámico, que bordea, hasta que un hecho inesperado viene a trastocar su vida: Su padre la ha comprometido con un miembro de la tribu, residente en Canadá, que viene a Somalia a encontrar una esposa sumisa y devota. El padre de Ayaan le ha conocido el día anterior en la mezquita. Este matrimonio concertado, al que no es capaz de negarse por respeto a su padre, desata toda su rebeldía y huye a Europa donde obtiene asilo político. En Holanda se dedica a la cultura y a la vida política.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2006 Galaxia Gutenberg
508
978-84-8109-651-4
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En su obra anterior, Hirsi Ali Ayaan. "Yo acuso", intentaba modernizar el islam viendo lo positivo de nuestra cultura, pero apuntándose al ateísmo volteriano. Hay que disculpar sus afirmaciones por las malas experiencias sufridas, pero le falta la fueza de la razón. No se puede juzgar a todos con el mismo rasero, y no parece conocer el cristianismo, y menos la última encíclina de Benedicto XVI : Dios es amor.

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En el capítulo inicial de su biografía, Ayaan Hirsi Ali nos hechiza con la letanía de los nombres de sus antepasados. Memorizar y recitar al unísono la historia del propio linaje, es una de las obligaciones familiares de los niños de Somalia. Ayaan Hirsi Ali, hija de Hirsi, hijo de Magan, hijo de Isse, hijo de Guleid, hijo de Ali, hijo de Mohamed, de Umar, así, hasta llegar al ancestro más poderoso, Osman Mahamud, que da nombre al subclan familiar de la parlamentaria y escritora nacida en Mogadiscio, refugiada en Kenia, Etiopía y Arabia Saudí durante su juventud, y hoy de nacionalidad holandesa.
A través de recuerdos infantiles, diálogos, narraciones de su estirpe nómada instalada finalmente en Mogadiscio, la populosa urbe de polvo y hormigón, la autora nos hace comprender las complejas conexiones (y también los odios feroces) entre los miembros de los clanes.
La joven mujer que con su propio esfuerzo adquirió la nacionalidad holandesa, accedió a un título universitario, fue intérprete oficial para los inmigrantes somalíes, colaboró con el Partido Socialdemócrata en la defensa de las musulmanas y, más tarde, consiguió ser elegida diputada por el Partido Liberal, acabó viéndose envuelta en un episodio burocrático que saltó a los medios de comunicación, por el que pretendían arrebatarle la nacionalidad holandesa. Las pequeñas mentiras en los formularios de una jovencísima inmigrante que necesitaba a cualquier precio la condición de refugiada para escapar de las presiones de su clan y de un matrimonio forzado, provocaron un escándalo mediático con la posibilidad de un retroceso doloroso a la condición de apátrida. Resuelto el caso a su favor, Ayaan Hirsi Ali nos lo cuenta desde la objetividad y el análisis de una vivencia traumática que no le impidió seguir manteniendo su noción inamovible de dignidad personal para luchar por su estatus de mujer libre.
La escritura de Ayaan Hirsi es tersa, su relato tiene en ocasiones la inmediatez y el encanto de los cuentos transmitidos de generación en generación, pero en ningún momento la autora ha querido poner el énfasis en un torrente biográfico de anécdotas impresionistas y emocionales. Su papel de testigo junto a su padre en las luchas intestinas de Somalia, su impresionante y nada exagerada descripción de los campos de refugiados somalíes en la frontera keniata, y su análisis de cómo un Islam cada vez más fundamentalista aparece como radical alternativa a la política tiránica de algunos países africanos, hacen de este libro un interesante documento autobiográfico, con un doble perfil subjetivo y social.
El libro es apasionado y apasionante, y aunque no coincidamos en todos sus planteamientos, Hirsi observa con matices e inteligencia el tumulto ideológico de un mundo globalizado.

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Algo se mueve en el Islám cuando se publican libros como "Mi vida, mi libertad" de Ayaan Hirsi Alí. La situación desfavorable de la mujer en el mundo islámico no tiene su origen en la revelación de Mahoma, sino en la unión abusiva de unas costumbres primitivas con la fe del Profeta. La ablación femenina (engañosamente denominada circuncisión, algo que no es), el uso del chador, la violencia contra las mujeres o su sujección al varón no están más contemplados en el Corán que puedan estarlo en la propia revelación cristiana o en otras religiones. Nada más fácil, sin embargo, que infundir pavor en una mujer o en un hombre por el incumplimiento de obligaciones religiosas que no son tales. Cuando los fundamentalistas islámicos afirman que Occidente desconoce lo que son la verdad y el pecado no mienten, pero eso no les justifica a ellos mismos.

Cuando Ayaan Hirsi Alí llega a Occidente y respira el aroma de la libertad que Dios nos ha dado a todos; cuando puede tomar sus propias decisiones: trabajar, estudiar, viajar o elegir a un hombre para unirse a él, entonces escribe "Mi vida, mi libertad". Ayaan rechaza el Islam en bloque, al que considera culpable de todos sus sufrimientos; abjura y apostata de su fe; ello le valdrá una condena a muerte por parte de los fanáticos. Movida por el dolor de una infancia y juventud realmente tristes la autora es incapaz de distinguir entre la base teológica de la religión -Dios existe y es remunerador de los que le buscan- y las adherencias introducidas por los hombres.

El Islám no siempre ha sido igual. El mundo islámico ha conocido periodos de una mayor libertad personal y cultural. En él siempre han existido tendencias rigoristas y laxistas, un centro y una periferia, un Islám ilustrado y otro infectado de supersticiones y localismos; hay un Islám de los hombres santos y otro de los guerreros. Sólo ahora parecen predominar en esa religión las tendencias más fanáticas y extremas; y todo ello por causas políticas. Frente a esta situación la autora reclama un Voltaire musulmán; alguien capaz de introducir la razón en ese universo religioso y de exigir la separación entre la religión y el Estado. Hay, tiene que haber un Islám también para el mundo moderno, respetuoso con los derechos humanos, con la dignidad de las personas y con los avances sociales. Lo que no es moderno es el ateismo, algo que la autora ha tomado confesadamente de la cultura occidental.