Ojos que no ven

Recién acabada la guerra civil, un campesino español, siendo muy pequeño, ve cómo su padre es apresado por no revelar dónde había escondido a un amigo anarquista, y pocas horas después ejecutado. Pasado el tiempo se casa y tiene un hijo. Pierde el empleo por quiebra de la imprenta donde trabajaba y su mujer le convence para emigrar a tierra vasca, donde le nace otro hijo. Al paso de los años, su mujer y su hijo mayor se dejan arrastrar hacia el radicalismo nacionalista, mientras que él y el pequeño mantienen una postura opuesta. Consumada la ruptura familiar, él vuelve a su pueblo. Un día el hijo mayor es detenido por asesino, y su mujer se convierte en figura política proetarra.
El autor, filólogo nacido en Soria en 1956 y residente en Italia, ha escrito una profunda indagación intimista sobre el dolor de un hombre sereno, honesto y consecuente, que ama la naturaleza y desde la muerte de su padre aprendió a rechazar la ceguera del fanatismo y la violencia.Impotente y desolado, contempla el regreso de ambos y cómo otra vez recaen sobre su familia. La inquietud, la tristeza y la soledad le invaden al sentirse rodeado de ojos que no quieren ver, pero no por ello cambia de modo de pensar ni de vivir. La obra, sin apenas diálogo, combina con acierto literario realismo social, lirismo descriptivo y análisis existencial, en un argumento acompasado y denso internamente pero sobrio y simple de forma externa. Su lectura interesa por la calidad del estilo y el dramatismo escueto de su contenido.

© Reseñas bibliográficas Fundación TroaGonz

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2010 Anagrama
154
84-339-7204-0
  • Encuadernación: Rústica
  • Colección: Narrativas Hispánicas
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Imagen de Azafrán

Los personajes y la trama

Felipe Díaz Carrión es un pequeño empresario, dueño de una imprenta insignificante en un pueblo insignificante que podría muy bien estar situado en la provincia de Soria.
Debido al progreso de las tecnologías, pronto su empresa se ve abocada al cierre y él, como tantos otros, se queda sin trabajo y opta por emigrar a una ciudad del norte (¿País Vasco?), donde consigue un trabajo en una fábrica de productos químicos que le permitirá sacar a su familia adelante.
En el momento de la partida de su pueblo, donde han vivido varias generaciones de cabezas de familia con el mismo nombre, Felipe Díaz, la familia ya cuenta con un hijo de unos 10 años, Juan José. Posteriormente, en la ciudad, tendrán otro hijo al que pondrán de nombre Felipe, Felipe Díaz.
El hijo mayor, al llegar la adolescencia, se aleja de su padre, que no de su madre. Busca amistades con las que se siente alguien importante, no como su padre, un simple obrero, hombre de pueblo sin aspiraciones.
Felipe Díaz ve alejarse irremisiblemente a su hijo, quien escora hacia ambientes terroristas, amedrentadores de gentes sencillas, sobre los que imponer sus criterios con la fuerza de los puños o de las armas.
Su mujer busca apoyos entre esas mismas gentes con las que también, poco a poco, se identifica y quienes le ayudan a conseguir un trabajo.
Felipe Díaz percibe que su propia familia le considera un hombre sin valía porque defiende públicamente ideas antiterroristas. Así que se siente aislado hasta en su propia casa.
La fábrica en la que trabaja fracasa y Felipe recobra su libertad: vuelve a su casa del pueblo sin mujer ni hijo mayor. Su hijo menor estudia en Madrid y continúa en contacto con él.
Desde Madrid, acude a visitar a su padre y le da a conocer la terrible noticia de que Juan José, el hermano mayor, ha sido detenido y acusado de haber asesinado a un Guardia Civil y a un profesor.
El dolor que Felipe Díaz, el padre, experimenta es tan intenso que se plantea el suicidio. A su memoria vienen escenas de otro terrorismo padecido con motivo de la guerra civil española. Su padre, también Felipe Díaz, junto con otros cuatro vecinos del pueblo, fueron presos a manos de falangistas. Se le acusó de ayudar a republicanos. El castigo fue despeñarlos por un barranco.
El lugar del asesinato de los cinco hombres está marcado con una cruz y a ese lugar es al que acude Felipe Díaz, el padre de Juan José, alias Pepote, el joven terrorista. No sabemos si busca también él su propia muerte.

Estilo narrativo

Dos maneras de narrar. El libro describe el pueblo con todo su entorno, utilizando un lenguaje poético. Sin embargo, la ciudad, en su descripción, el autor utiliza un lenguaje mucho más prosaico. Esos son los sentimientos que evocaban los dos paisajes en el protagonista, Felipe Díaz.
En la descripción del campo emplea léxico del hombre que conoce la naturaleza; nombra plantas y árboles, animales y tipos de minerales que constituyen el paisaje rural: “… extendía su frescor hasta el sendero de las matas de saúco, de visnagas y yezgos…” pág. 23
Otra forma de recordar al lector que está frente a un texto narrativo pero con matices líricos es el uso de las repeticiones de fragmentos prácticamente enteros que marcan un ritmo en la lectura.
Las narraciones prolongan su cadencia mediante la aglutinación de sustantivos, también de adjetivos, sinónimos o bien antónimos:
“(…) sabía de la violencia de cavar o el vigor de coger con la mano una pella para desmenuzarla y sabía también del agotamiento y la satisfacción, pero todo ello, la ternura y la violencia, el vigor y el cansancio o la pericia y la satisfacción, era sólo parte de aquello que sin embargo era mucho más que todo ello junto.” Página 78
“…que cada uno ve y piensa a su modo –o eso es lo que cree-, pero que ello no quita para que, por mucho que le guste lo que piensa o muy engolosinado que esté con lo que se imagina y convencido o persuadido que se encuentre de estar en lo cierto y lo correcto –uno puede convencerse siempre de lo que se le antoje y por los motivos que sea-, no por eso los demás tienen la menor obligación de pensar y querer como él ni tiene él ningún derecho a que así sea, y menos ningún derecho que se pueda nombrar con alguna de esas grandes y hermosas palabras que muchos empelan para meter luego de matute bajo su capa mercancías de lo más averiadas; y que uno puede hacer lo que quiera, es cierto, pero no exactamente lo que le venga en gana porque luego tendrá que responder individualmente de ello…” Página, 129
Los periodos largos de frases que se amplían y explican, que se completan, me recuerdan los textos cervantinos y mucho más cerca, el estilo de José Jiménez Lozano.