Pepita Jiménez

Novela epistolar. A través de las cartas de Luis de Vargas, un seminarista que pasa el verano con su padre, se percibe su progresivo enamoramiento de Pepita Jiménez: la joven viuda con la que su padre pretendía casarse en segundas nupcias. El joven idealista, cargado de ambiciones misioneras, sucumbe a los encantos de esta andaluza.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2003 Alianza Editorial
245
2005 Debolsillo
297
849793-658-2

Hay una Edición editada por Enrique Rubio Cremades, en la Col. Clásicos comentados, de Ed. Debolsillo

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Nos encontramos ante una novela corta,  en la que prima los conflictos internos sobre la acción exterior. No hay una trama compleja. Ni ninguna clase de enredo. A pesar de todo se mantiene el interés en el discurso de sus ideas y en la sensibilidad de sus conciencias. Plantea la lucha entre los sueños místicos del creyente y los impulsos naturales del hombre. Sin oponerlos. Pero sí cuestionando lo que se entiende por vocación en aquella época: “… ¿Hay verdadera vocación en los que se consagran a la vida religiosa o a la cura de almas, o es solo una manera de vivir como otra cualquiera?” (76). De hecho Luis, muy probablemente no tuviera vocación. Cuando se murió su madre, su joven padre, un viva la vida, lo mandó con su tío el Deán, al seminario menor, para que lo educara y que no se criara en el pueblo como un salvaje.- Hubiera sido un mal sacerdote si hubiera llegado a serlo a pesar de sus argumentos místicos, en los que en cierto modo contrapone el amor humano y divino: se inclina al 1º sin perder la fe. Pepita Jiménez, la protagonista lo tiene más claro, una vez que D. Luis ha sucumbido a sus encantos dice: “… el hombre puede servir a Dios en todos los estados y condiciones, y concierta la viva fe y el amor de Dios, que llena su alma, con ese amor lícito de lo terrenal y caduca”.
Destaca en la novela la enorme cultura religiosa y humanística del autor. Sabe de qué habla.. Trata las cosas en su justa medida. Es un hombre maduro y culto, diplomático, amante de lo bello. Conocía idiomas. Había viajado mucho. Se sale de la tónica de su tiempo. No se adscribe al Romanticismo ni al Naturalismo. Le atrae la realidad, embellecida mediante el don de la palabra.
Los recursos literarios están bien empleados: el legajo del Deán que, una vez muerto, le entregan. Encuentra en él las cartas de su sobrino; un paralipómenos o suplemento narrado en 3ª persona; y un epílogo con las cartas de su hermano que tendrá un valor informativo.
Hay otros personajes interesantes: el padre de Luis, D. Pedro, el cacique del pueblo; Antoñona, la criada de toda la vida, que actúa de enlace, al estilo de la Celestina, con una desenvoltura fruto de la confianza y el cariño, con la pasión y fuerza del pueblo llano que ve que las cosas son como son.
Otros muchos temas podríamos ver, como el papel de la mujer en ese tiempo. En general la obra puede gustar o no. Pero es fácil de leer, y se sigue con admiración si se tiene algo de formación religiosa cristiana. Pasará lo que tenga que pasar, pero deja claro lo que está bien y lo que no lo está. Enseña. Es rica en el vocabulario, en las argumentaciones. Y termina bien, lo cual es un respiro ante mucha de la literatura actual.
 

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La obra de Juan Valera en general y Pepita Jiménez , en particular, ha sido considerada por la crítica como una anomalía dentro de las etapas que marcan el desarrollo de la historia de la literatura española, ni romántica, ni realista, la ya clásica novela del escritor cordobés asoma como una extravagancia propia del carácter del autor, pero ajena a las grandes corrientes literarias. La presente edición cuestiona esta evaluación y examina aquellos aspectos históricos y formales que permiten insertar la novela en los inicios de lo que más tarde vendrá a llamarse modernismo.

El problema moral es la base de las novelas de Valera y todos los conflictos arrancan de temas de amor; el antagonismo de los sexos en relación con un ideal de vida. La mujer ha sido el estudio predilecto de Valera, a la que considera siempre inteligente, llena de valores, siempre superior al hombre; no es la hembra, es la mujer con sus infinitas perfecciones. La mayor parte de las novelas de Valera son novelas de amores y en casi todas ellas destacan las mujeres, por eso se parecen tanto unas a otras; el estudio de la mujer fue siempre la preocupación y el deleite de Valera, como afirma Montesinos. La mayor parte de su vida la pasó fuera de España, de la que conocía muy poco; no se sabe de otros viajes que los de su tierra andaluza a Madrid; contrariamente recorre casi toda Europa, desde Rusia hasta Italia y América, por lo que parece había de tener muy poco de español y entre sus contemporáneos se consideraba como un extranjerizado; sin embargo, era bien español y en realidad no gustaba convivir con los escritores de otras naciones en las que vivió. Eran buenos amigos suyos un pequeño grupo de académicos, pero nada quería con la literatura de su época ni con los escritores; Núñez de Arce, Campoamor, Echegaray y los demás novelistas y dramaturgos de su tiempo, ni siquiera Galdós, le dieron motivo pata escribir alguna cosa acerca de ellos; y en más de una ocasión confesó que no le interesaba Pereda, cuya obra en realidad era bien distinta de la suya. Concedía muchos más valores a Clarín, aunque le calificaba de demasiado pesimista, y por lo que se refiere a Doña Emilia Pardo Bazán le molesta que se recree en lo soez, lo villano, lo sucio, lo vulgar, aunque confiesa que sus novelas son interesantes. Por mucho que critique la novela contemporánea, su españolismo es bien hondo y su mentalidad es castizamente española; son muchísimas las ocasiones en las que habla con orgullo de ser español. Puede decirse que el hombre es superior a su obra, pero de todos modos aunque muy criticada fue muy leída.