Un mundo que agoniza

Discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua española del escritor Miguel Delibes, pronunciado en 1975. Se trata de un discurso ecologista en el que el autor desarrolla el principio de que el hombre debe vivir de forma acorde con la naturaleza. Afirma que le llevó a escribirlo una "obsesión anti-progreso" y que "el verdadero progresismo ante la Naturaleza es el conservacionismo". La edición va ilustrada con dibujos, aparentemente con la intención de que sea utilizada por un público infantil y juvenil.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
1994 Plaza&Janés
166
9788401375026

Primera edición de 1979.

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Es fácil hacer catastrofismo a través de la ecología: la destrucción del planeta, la superpoblación o el invierno climático; pero también es fácil equivocarse. Delibes cita un Congreso celebrado en Londres, en 1970, en el que se vaticinaba que la interferencia sobre la radiación solar producida por las partículas depositadas en la atmósfera era tal que “no se descarta la posibilidad de una nueva glaciación”. Sólo han pasado treinta años desde que se pronunciaron esas palabras y ya sabemos que la temperatura de la biosfera sube en vez de bajar. Delibes también cita al Club de Roma -presumiblemente hoy desaparecido- que en su momento afirmó que el planeta estaba abocado a la superpoblación y a la hambruna. “Nace más gente de la que muere” -apostilla Delibes. Hoy sabemos que en los países desarrollados muere más gente de la que nace y que una de las consecuencias del desarrollo cultural es la autolimitación de la población. El autor cita dos o tres razones más para temer el desarrollo que se han demostrado falsas; así la falta de alimentos, el agotamiento de las materias primas minerales o del petróleo y el crecimiento desbordado de los residuos nucleares. Ello no quiere decir que Delibes y el ecologismo en general no tengan su razón. Al hombre le ha sido encomendado el cuidado del planeta y cualquier actitud de menosprecio a la naturaleza es contraria a la ética exigible a la especie humana. Criticamos el catastrofismo, no la llamada a una ética ecológica. Delibes incluye entre los principios de la naturaleza la cultura humanista, los estudios de humanidades, el lenguaje -“hemos matado la cultura campesina”, afirma- y la idea de Dios y de los bienes del espíritu. Defiende la vida de los sentimientos tales como el amor a la obra bien hecha, la privacidad y el hombre dentro del paisaje: “¿Qué sentido tiene el paisaje vacío?”, pregunta. Critica el consumo por el consumo, la llamada “sociedad del bienestar”, la adoración del dinero, el éxodo rural y la masificación del hombre en las ciudades. En conclusión, la ética ecológica está por elaborar y depende tanto de la voluntad del hombre como de la ciencia. Sus principios serían la responsabilidad del hombre para con la naturaleza y para con su propia alma, ya que lo uno es espejo de lo otro, la solidaridad humana, la cultura como alimento del espíritu y la limitación del consumo vivida como una forma de humanismo –recuérdese a Diógenes-.