Educar mejor: el previsible informe PISA



Puesto que procedo del ámbito educativo por partida doble -doy
clase en la facultad a alumnos que serán maestros y psicopedagogos- me
atrevo a opinar; es decir, aportar algo sin la argumentación completa
que haría de cada afirmación una verdad que infundiera certeza.
Señalo algunas realidades para ser consideradas en su conjunto por los
lectores.



Desde que se inician las grandes modificaciones legislativas con la
democracia, además de ponerse en tela de juicio la primacía de la
libertad de la educación por entenderse la universalidad de este derecho
como necesariamente procedente de la escuela como "servicio
público" -asunto francamente cuestionable-, se introducen cambios
en los pilares pedagógicos y psicológicos que las sostienen.
Señalaría dos:



A. Primacía del aprendizaje de
procedimientos en detrimento de los contenidos.


B. Sobrevaloración
del punto de partida del alumno frente
al punto terminal.



A todo esto conviene añadir la variable oportunista de contenidos
y el positivismo -pérdida de lógica interna de los mismos frente
a la mera presentación de datos so capa de objetivismo-.



Si todas estas propuestas pedagógicas y psicológicas son
de suyo discutibles teóricamente y de probada
ineficacia práctica -ya se había educado así en otros
países-, la democratización de la escuela -el complejo
democratizador- supone un ingrediente distorsionador
más. Presuponer que las relaciones educativas, ya sea en la
institución ya en el aula, son mejores si reduplican los procedimientos
democráticos, es simplemente un error. Hace ya demasiados años se
–en la primera mitad del siglo XX- vio claro: no implica una mejora de la
calidad y eficacia educativa, sino más bien al contrario. La
pérdida del criterio de diferencia entre maestro y alumno, entre padres
e hijos, implica la pérdida de la relación enseñanza-aprendizaje
en sentido propio.



Un último elemento: el maestro debe poder ejercer la "co-acción" -actuar con, hacer que se haga-, no
sólo "proponer actividades". Forma parte del ejercicio del
poder: lo ha de tener por el papel social que ocupa dentro del aula; y es
necesario que lo ejerza por simple requerimiento de justicia -los demás
deben poder aprender cuando algún alumno distorsiona el clima del aula-.
También ha de poder estimular y despertar el deseo de imitación y
seguimiento (autoridad), para lo cual la conciencia de sí del maestro
tampoco puede ser de corte democrático, sino
"aristocrático" (valga la expresión). Obviamente esto
es imposible en contextos de zafiedad, de minusvaloración
de la manifestación de educación en el trato, de respeto y signos
de reconocimiento de esa autoridad.



Resumiendo: 1. La educación como responsabilidad estatal y no
familiar sitúa su influencia en segundo plano teórico y
práctico, y esto es un problema.
2. Considerar que lo importante es que el alumno simplemente mejore y no
que alcance objetivos es también un problema. El niño tiene que
esforzarse y aprobar o suspender, llegar o no. 3. Los contenidos son
condición de posibilidad para el aprendizaje de procedimientos. Una cosa
es que la mera memorización aporte poco rendimiento educativo y otra que
los alumnos no tengan nada sobre lo que pensar, memorizar, razonar, o que esto
sea francamente escaso. 4. Dejar los contenidos en manos de los
políticos, que puedan recortarlos a su arbitrio o utilizarlos como arma
ideológica es todo un problema. En general les suele interesar
más la ignorancia que la libertad de pensamiento, dominar que dejar
hacer. 5. El objetivismo reduccionista: es requerido
por una escuela en la que no se comparten valores sino que se buscan
mínimos comunes para convivir levemente; o porque se imponen valores
desde el estado y no se permite a las familias que los enseñen, que
tengan la iniciativa y la independencia correspondientes. Esto rompe la solidez
de la autoridad del maestro y de los padres. 6. Considerar que toda
institución ha de ser democrática -es casi el modelo populista lo
que se instaura- es contrario a la naturaleza de la educación.



Y todo esto no es más que un pequeño argumento para
sostener que es posible, lógico y, a todas luces real, que la
educación en España está en una situación
francamente lamentable.




Consuelo Martínez Priego


Prof. Antropología




Leer más:


A. Llano, Repensar la universidad


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I. Enkvist, Repensar la educación


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L. Polo, Ayudar a crecer


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