Entiendo que los libros, en cierto modo, participan de la realidad humana: son cuerpo y “espíritu”. Se comprueba cuando varias personas –un grupo completo de alumnos, por ejemplo-  leen un libro, todos tienen un mismo material corpóreo, incluso ejemplares idénticos de la misma edición. Pero el encuentro de cada lector con la misma obra es diferente. Puede suscitar reacciones diversas, evocar diferentes recuerdos (a cada uno, los suyos), emular para adquirir virtudes o competencias distintas. El lenguaje literal, dice lo que dice; el lenguaje literario dice mucho más. Y en función de la formación del lector, esa riqueza de significado puede llegar mucho más lejos.

Descubrir y gozar del placer de leer no significa que la lectura sea algo fácil. Del mismo modo que el gozo de contemplar un espléndido panorama desde una cumbre no significa que llegar hasta allí se haya hecho sin esfuerzo. Cuando un alumno descubre que un profesor –que tiene ascendiente sobre él-  disfruta leyendo, va habitualmente con libros, sobre los que hace comentarios positivos, como si no vinieran al caso; en el fondo, también le gustaría hacerlo. En el fondo, y en la forma: me piden que les sugiera libros. Procuro conocer primero sus aficiones, sus circunstancias…, algo que sirva de enganche inicial para la lectura. Las sucesivas –aunque breves-  conversaciones sobre el libro, afianzan su disposición a la lectura. Tengo buena experiencia sobre las exposiciones orales a los compañeros, hablando de libros que han leído, y por qué aconsejan su lectura o no.

En cuanto a la mejora de habilidades comunicativas, he comprobado que los alumnos que más leen tienen más riqueza de vocabulario y mejor expresión. Esta mejor expresión se nota más en los escritos, pues en ocasiones los discursos orales están condicionados por el carácter más o menos introvertido y tímido, y dificulta esta observación.

Enseñar a disfrutar con la lectura llena de satisfacción al docente y al que aprende. En ello se cumple lo que reza el conocido proverbio chino: “Regala un pescado a un hombre y le darás alimento para un día; enséñale a pescar y lo alimentarás para el resto de su vida”. En el caso que nos ocupa, con la salvedad de que la lectura nutre el espíritu.

José Nieto Pol