Uno de los
éxitos del "progresismo" es la tergiversación de la
semántica en beneficio propio. La propia palabra
"progresismo" está vacía de contenido y ya no
conceptualiza el gusto por el progreso o la relación con él.
Los grandes reformadores de la
Iglesia Católica han
sido los santos. Ellos han tenido la virtualidad, en cada etapa de la historia,
de ser instrumentos de Dios para avivar el tesoro de la fe y difundirlo en el
mundo.