Diarios (Ionesco)

Se presentan aquí, por primera vez en un solo volumen, los Diarios de Eugène Ionesco (1909-1994), en traducción revisada de Marcelo Arroita-Jauregui. Diario en migajas (1967) y Presente pasado, pasado presente (1968). Sus Diarios nos descubren al Ionesco más íntimo y desgarrado personalmente, con sus conmovedores recuerdos de su infancia, el fatídico descubrimiento de su condición mortal, la angustia por el paso del tiempo y la pérdida de ese paraíso soñado de la infancia. Más adelante, las dudas del creador, la angustia del hombre por su destino. Unas páginas plagadas de las grandes preguntas de un hombre, a veces, impotente ante lo insondable del misterio de la vida y del destino del hombre.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2007 Páginas de espuma
416
9788495642943

Traducción M. Arroita-Jauregui

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Imagen de wonderland

Los Diarios de Ionesco no son la crónica del siglo XX, sino el testimonio de una conciencia dividida entre el impulso estético, la tensión moral y la inquietud religiosa. Lo estrictamente biográfico apenas desborda el territorio de la infancia. Una escritura fluida e intensa se ocupa indistintamente del hassidismo, el psicoanálisis, la política internacional y la teología cristiana. Desde el principio, aparece la obsesión por la muerte. Ionesco intercala deliciosos cuentos para niños menores de tres años, relatos ingenuos dirigidos a la prehistoria de la conciencia: el recuerdo del molino donde discurre la niñez, la evocación de la primera obra de teatro o de la muerte del hermano.
Ionesco se muestra ambivalente con el psicoanálisis, tal vez una teoría estética, pero de escaso valor terapéutico. Ni el marxismo ni el psicoanálisis, que se basan en un antihumanismo teórico, consiguen explicar la libertad ni el deseo. Sólo teorizan sobre la impotencia de la voluntad, esclavizando al hombre a un fatalismo ciego. Ionesco confiesa su escepticismo religioso, pero advierte que no logra desprenderse de Dios. “La no-respuesta es la mejor respuesta”, pero la interrogación prosigue y el asombro y la esperanza, mucho más tenaces que el nihilismo. Es posible que la fe sólo responda a una necesidad psicológica. Sin embargo, ¿por qué negar que hay más audacia en la fe que en el escepticismo? Ionesco reconoce su desorientación. “No sé lo que quiero decir. No soy lo bastante audaz para creer”. Ionesco no es radical, sino profundo y su profundidad no nace del saber empírico, sino de la angustia de una fe titubeante. “La líbido no es un amor tranquilizador, no es un amor libre, no se puede justificar espiritualmente. Sólo el amor paterno, el amor que origina vida, es amor divino. Sólo amando a los otros el mundo no estará perdido”. “Sólo el judaísmo y el cristianismo tienen la audacia de ser personalistas. Han creado el amor al prójimo”. La experiencia del otro nos lleva a la piedad y la piedad nos obliga a guardar algo de amor para nosotros y “dar el resto a los demás”.

Ionesco no oculta su hostilidad hacia ese marxismo dogmático que no reconoce el valor del individuo. Ningún absoluto puede justificar la inmolación del ser humano, pues cada hombre es único e irrepetible, persona y no masa, que no puede sacrificarse en nombre de la Naturaleza o la Historia. Hay una enorme claridad en la escritura de Ionesco al denunciar cualquier totalitarismo.
En uno de los últimos fragmentos de estos Diarios, Ionesco retrata su estado de ánimo final: “No sé muy bien si sueño, si recuerdo, si viví mi vida o si la soñé. El recuerdo, igual que el sueño, me hace sentir profundamente la irrealidad, la evanescencia del mundo, imagen fugitiva en el agua movediza, humo coloreado. ¿Cómo todo lo que resiste entre firmes contornos puede apagarse? La realidad es infinitamente frágil, precaria, todo lo que viví duramente se hace triste y suave. Quiero retener todo lo que nada puede retener. Los fantasmas. Soy un muñeco de nieve a punto de fundirse. Resbalo, no puedo retenerme, me separo de mí mismo. Estoy cada vez más lejos, soy una silueta y, luego, un punto negro. El mundo va a helarse. Una insensibilidad polar ha empezado ya a extenderse sobre nosotros”

Imagen de JJiménez

Estos diarios aglutinan, en un principio, sus más íntimos y añorados recuerdos de su infancia, edad de oro, truncada a la edad de trece años por un suceso que se nos revelará, en escorzo, a lo largo de estas páginas. La primera parte (Diario en migajas) nos confía su obsesión con la idea de la muerte de su madre y del fin de su propia existencia, y nos descubre sus reflexiones sobre el sentido de su vida; sobre la infancia –"ese mundo intacto sobre el que el tiempo no tenía poder"- como paraíso perdido; sobre los sueños, como material simbólico donde el autor se juega dar cuenta de su vagabundeo y malestar existencial; sobre su literatura y la razón de ser de su teatro ("en el fondo, el teatro no es mi vocación verdadera"). Por el contrario, la segunda parte (Presente pasado, pasado presente) se inicia con ese episodio traumático, que nos revela la clave de su posterior obra y su pensamiento filosófico y político: el enfrentamiento a su padre ("todo lo que he hecho, lo he hecho, en cierta forma, contra él") y su oposición a toda forma de autoritarismo o ejercicio de la violencia de Estado. Alegato en defensa de la libertad del hombre, Ionesco hace una dura crítica a los totalitarismos, tanto al nazismo como al comunismo post-stalinista, a los que se vio sometido a lo largo de su vida. Sus reflexiones sobre el pueblo judío y el sionismo; sobre la experiencia personal de Dios; sobre la filosofía existencialista y el psicoanálisis; sobre la política comunista de la Rumanía de los años cincuenta y sesenta; sobre vaguedad de la literatura; sobre el fracaso del marxismo; sobre la abstracción del Estado contra el individuo; en fin, sobre el nuevo hombre ("ya no sabe, ya no puede hablar, se ha vuelto rinoceronte"), le hicieron posicionarse en contra de los más destacados "intelectuales" de su época ("gentes que sacan conclusiones para el porvenir de un pasado que ya no podrá ser futuro").