Me casé con un comunista

Vida y muerte de Ira Ringold, el Hombre de Hierro, actor radiofónico y miembro del Partido Comunista Norteamericano. Después de la Segunda Guerra Mundial Ira contrae matrimonio con una actriz tan célebre como insegura de sí misma. Este matrimonio equivocado y su propio carácter excesivo, incapaz de contemporizar, le llevan al desastre. En un momento en el que se están elaborando listas de izquierdistas para apartarlos de la vida pública, Eve, su esposa, por causa de los celos, lo denuncia como comunista y entrega a los investigadores la documentación que Ira guarda en su domicilio. Por su omisión de las cautelas más elementales el Partido le acusa de ser un infiltrado y un confidente policial. Ira fallece joven, después de haber pasado un tiempo en un psiquiátrico, y no sin antes haberse vengado de Eve.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2011 Galaxia Gutemberg, S.L.
350
978-84-9793-609-5

"Trilogía americana" en un solo volumen. Edición inglesa original de 1998

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Segundo volumen de lo que su autor denominó la “Trilogía americana”. En él hace referencia a la persecución de comunistas e izquierdistas que se desató en los Estados Unidos después la Segunda Guerra Mundial y que recibió el nombre de “macartismo”, por su instigador más conocido, el senador Joseph McCarty. Ira Ringold no es un espía al servicio de la Unión Soviética, ni un revolucionario peligroso, sino un excombatiente, un judío de origen humilde que se opone a la guerra de Corea, a la discriminación racial, al antisemitismo, a las desigualdades sociales y que cree en el mito soviético. Un hombre equivocado en lo que se refiere a la URSS, pero no en muchas más cosas. Philip Roth realiza una crítica de la política del Partido Republicano en los Estados Unidos desde la gran depresión económica hasta Nixon y Gerald Ford. Los narradores son Murray, el hermano de Ira, y un escritor, Nathan Zuckerman, que da continuidad a la Trilogía. Roth no abandona los personajes judíos. No le preocupan las cuestiones religiosas –es ateo-, sino el antisemitismo y la autoaceptación de los judíos. Esta última es una cuestión sin solución: si el judío renuncia a su herencia religiosa y cultural se le reprochará que se haya integrado y si la mantiene se le tachará de ser distinto. En los Estados Unidos existe una “épica” de los irlandeses o de los italianos, con sus aspectos buenos y malos, pero no existe una “épica” de los judíos, aunque América sea para ellos la nueva tierra prometida. Es difícil dar unidad a una novela de quinientas páginas con múltiples personajes, pero Roth lo consigue, manteniendo además el interés del lector.