Plaza del Castillo

Plaza del Castillo es la novela de las vísperas. La Guerra Civil está a punto de estallar, pero aún no lo ha hecho. Es como si los españoles hubieran alcanzado el acuerdo de correr los encierros antes de lanzarse a los campos de batalla.

Pamplona, su emblemática Plaza del Castillo y los Sanfermines de 1936 conforman el escenario desde el que Rafael García Serrano recrea el ambiente, las pasiones y las razones, el amor y el odio, el dolor y la alegría de aquellos españoles que se echaron al monte el 18 de julio de 1936 cantando la Internacional, el Cara al Sol y el Oriamendi.

Las mismas manos que compartieron la bota de vino, las mismas manos que agitaron un ejemplar del Diario de Navarra para salvar la vida de un compatriota con un quite en el encierro, empuñaron las armas para combatir entre hermanos en los campos de España. Es la historia de la Plaza del Castillo contada por un navarro que corrió los Sanfermines de 1936.

Católico y falangista, Rafael García Serrano jamás odió al enemigo que combatía. Su generosidad para ponerse en la piel del enemigo es una constante en toda su obra y se aprecia nítidamente en ésta. El légamo cristiano del autor se aprecia en la oración del cura Don Inocencio cuando «pedía por los hermanos enemigos, por la hermandad de aquella patria en desventura.»
 

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2009 Homolegens
381
84-8130-333-X

Original de 1951.

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Imagen de enc

Ordinariamente no me gustan las novelas sobre la Guerra Civil española. Han pasado ochenta años desde que terminó y todavía se publican novelas ambientadas en la Guerra Civil; pero "Plaza del Castillo", publicada en 1951, me ha gustado. Se trata de un friso de la vida en Pamplona en los sanfermines de 1936; del 6 al 19 de julio. Desde el chupinazo que da comienzo a las fiestas hasta el Bando del General Mola declarando el Estado de Guerra.

No es una novela política, no se citan más que circunstancialmente la Falange y el Carlismo. Tampoco es una novela de guerra, sólo se refiere a élla en sus últimas veinte páginas con la llegada de los voluntarios a la Plaza del Castillo. Las dos cosas que más me han gustado del libro han sido a) La explicación que da el autor de porqué se produjo la Guerra Civil (o porqué él participó en la misma). b) El estilo con el que está escrita.

Es un tópico repetir que la Guerra Civil fue un alzamiento militar. Si algo queda claro en la novela de García Serrano (y en la historia) es que en Navarra no se alzaron sólo los militares, sino toda la provincia. Los navarros eran hombres religiosos y de la República sólo habían conocido la quema de iglesias y conventos, la prohibición del crucifijo en las escuelas, la persecución religiosa (se cita varias veces el bulo de los caramelos envenenados que se dijo que daban los religiosos a los niños) y los desórdenes públicos.

Hay quien piensa que una mayoría de votos en unas elecciones (obtenidos Dios sabe cómo) autoriza a un partido o a un Gobierno para tomar cualquier tipo de decisión, y que eso es democrático. No lo es si se toma contra el pueblo o contra una parte de éste. La democracia exige el respeto de las minorías y de sus principios culturales. La religión tenía en España unas raíces más profundas de lo que se podía suponer; entonces y ahora. Igual que los Sindicatos se echaron a la calle para defender su ideología en cuanto estaba recogida en la praxis republicana, millares de hombres en Navarra y fuera de ella se aprestaron a defender aquello en lo que creían: Dios, las tradiciones y el orden social. Es justo señalar que muchos de los que fueron a la guerra con esas convicciones se sintieron luego defraudados por el resultado, pero... eso es otra historia.

¿Es que aquellos hombres y mujeres no habían tenido representación parlamentaria? Sí, pero minoritaria y fragmentada. No fueron capaces de hacer oir su voz o de obtener reconocimiento en los foros en los que hubiera sido necesario. Recordemos, una vez más, que Hitler ganó unas elecciones en las urnas y que aquello no le autorizaba ni a cerrar el Parlamento, ni a eliminar a sus enemigos políticos, a judios, deficientes o gitanos; ni a invadir otros países sin motivo ni declaración de guerra, pero lo hizo. Ello demuestra que la justicia, la ética, el respeto a los principios y a los derechos humanos son previos a leyes y Parlamentos, y que las leyes y Gobiernos que las ignoran pierden su legitimidad.

El estilo de García Serrano es rápido, chispeante, joven y alegre como unos sanfermines. Algunos de los personajes tienen interés y otros no tanto. No creo que muchos lectores se sientan interesados por esta obra de 1951 ¡y encima escrita por un falangista!, pero puede aportar algo a los que se preguntan por la historia de España e incluso por las limitaciones de los sistemas políticos.

Imagen de José Ignacio Peláez Albendea

Libro publicado en 1951, que narra la vida y el ambiente que se respiraba en Pamplona (Navarra) desde 6 hasta el 19 de julio de 1936, durante las fiestas de San Fermín y los días posteriores, hasta la rebelión contra las autoridades de la República, primero de las tropas españolas en África, y luego en Pamplona, al mando del General Mola, y en otras ciudades, con el comienzo de la guerra civil española.

Recientemente, el escritor Eduardo Mendoza rememoraba en una entrevista en el diario El País la recuperación de la literatura falangista. Entre estos autores, por citar sólo a dos, destacaron Agustín de Foxá ("Madrid de Corte a Checa", que pasa por ser una de las mejores novelas sobre los días de la guerra civil en Madrid) y Rafael Gracía Serrano con su trilogía sobre la guerra civil, de la que "Plaza del Castillo" es la primera entrega.

Literariamente muy bien escrita, con gran riqueza expresiva en el vocabulario, y en la construcción de los personajes y de las historias.

Refleja una visión cristiana de la vida, más cultural y patriótica que profunda: no había llegado a calar en las convicciones del autor el Concilio Vaticano II ni sus precursores, con la llamada universal a la santidad y la santificación en la vida familiar mediante el ejercicio de las virtudes cristianas. Hay un canto a la fe de la Iglesia y a la práctica religiosa, pero más tradicional que profundamente vivida con todas sus consecuencias, que hace verosímil el dicho que algunos maledicientes atribuían al navarro: "mira que condenarse por el dogma...", como señalando que mejor no condenarse, pero puestos a ello, lo propio sería por la conducta moral... En la novela se narran, si bien sin descripciones, diversas conductas morales poco acordes con las creencias que manifestaban tener y defender con gran ardor. Dicho esto, sin quitar mérito al autor sobre las bellísimas páginas dedicadas a la oración del sacerdote, don Inocencio, o a la consideración de la fe cristiana como raíz fecunda de la cultura y la historia de España y de Europa.

Ideológicamente, el autor apuesta por la visión política de los que se alzaron contra las autoridades constituídas de la República, que se deslegitimaron, a juicio del autor, por sus injusticias y atropeyos. Pero este punto de vista ideológico es compensado -para los que no piensan como el autor- por la alta calidad literaria de la novela, que merece la pena leer.

La novela es un canto también a la ciudad de Pamplona y a Navarra, y los que conocen la ciudad y el antiguo Reino de Navarra y su historia y sus gentes, disfrutarán mucho con la lectura.

Imagen de aita

En la primera novela de la trilogía de Rafael García Serrrano la acción se sitúa en los San Fermines de 1936. La extraordinaria recreación del ambiente, la simpatía de los personajes y la elegancia de la prosa resultan, con lo años, hacen de esta novela una pieza única. Hay pocas novelas como ésta para entender los dramas del momento y para situar la verdad histórica.